El ánimo también puede sanar, cuando la medicina se ejerce con el corazón. Hay médicos que curan cuerpos, y hay otros que también logran aliviar el alma.
El Dr. Ricardo Sainz de la Cuesta pertenece a los segundos. Su voz transmite calma, de esa que no se finge. Habla con serenidad, con esa mezcla de ciencia y compasión que solo se gana con los años.
“Mi carrera se ha escrito con doble tinta: la del saber y la de la ternura.”
Jefe del Servicio de Ginecología y Obstetricia en Quirón Salud y Olimpia Castellana, es uno de los mayores expertos en cáncer de ovario y peritoneo de España. Pero cuando se le pregunta por su trayectoria, no enumera títulos ni premios. Sonríe y dice:
“Todo lo que soy está conectado. No puedes ser un buen médico si no entiendes lo que significa cuidar a alguien.”
La vocación de un niño

Nació en Madrid, en 1962. No había médicos en su familia, pero sí una curiosidad insaciable. “Papá, quiero ser médico… y quiero ser cirujano además.” Lo recuerda con una sonrisa que aún conserva algo de niño.
Desde entonces, no ha dejado de cumplir aquella promesa infantil.
Aquel deseo inocente acabaría guiándolo toda la vida. Se licenció en Medicina en 1986 y se doctoró cum laude en 1997. Pero su verdadera escuela —dice— fue la experiencia, el trato humano, los años de aprendizaje fuera de casa.
“La mejor lección no te la da un libro, te la da el contacto humano.”
Durante su residencia en Baltimore y después en Boston, descubrió su vocación definitiva: la oncología ginecológica. “Yo quería ser neurocirujano, pero no me llenaba. En cambio, la ginecología oncológica me pareció más completa, más cercana, más humana.”
“No solo tratas una enfermedad, acompañas a una persona que está viviendo algo muy difícil.”
También el rugby marcó su forma de entender la vida. Jugó en primera división y llegó a la selección española. “El deporte de equipo te enseña a confiar, a levantarte después de caer.”
“En la medicina pasa lo mismo: no se salva solo, se salva en equipo.”
Regresar y empezar de nuevo

En 1995 volvió a España con una idea que sonaba a desafío: crear una unidad de oncología ginecológica en la Fundación Jiménez Díaz, algo prácticamente desconocido entonces. Pero volver, cuenta, fue más difícil de lo esperado.
“Cambiar el sistema desde dentro es durísimo.”
Aun así, persistió. Y con el tiempo, su especialidad se consolidó como un pilar de la medicina actual. Hoy trata tumores del aparato genital femenino —útero, ovarios, trompas, vulva y vagina— y también patología mamaria.
“Cada mujer que llega trae consigo su historia, su miedo, su vida entera. No tratamos órganos, tratamos personas.”
Le brillan los ojos cuando habla de los avances: la vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH), los programas de detección temprana…
“La prevención es nuestra mejor herramienta. Detectar a tiempo salva más vidas que cualquier bisturí.”
Tecnología con corazón

Podría hablar de robots, de cirugía laparoscópica, de medicina personalizada. Pero no. Prefiere hablar de personas.
“La tecnología es maravillosa, pero nunca sustituirá una mirada.”
Sabe que en su trabajo hay momentos duros, sobre todo al comunicar malas noticias. “Decirle a alguien que tiene cáncer nunca es fácil. En España, muchas familias piden no decírselo al paciente; en Estados Unidos, prefieren ser completamente transparentes.”
“Ninguna forma es perfecta. Ambas nacen del amor y del deseo de proteger.”
El poder invisible del ánimo
Después de casi cuarenta años de carrera, el doctor lo dice sin dudar: “El estrés debilita las defensas. En cambio, un estado de ánimo positivo las fortalece.”
“La mente tranquila y el cariño sincero ayudan al cuerpo a defenderse mejor.”
No lo dice desde la teoría, sino desde la experiencia. “El cáncer es parte de ti, de tu propio ADN. No siempre se puede evitar, pero cuando la mente está en calma, el cuerpo responde mejor.”
“He visto cuerpos curarse cuando la esperanza parecía imposible.”
Habla de sus pacientes con una mezcla de respeto y ternura. “A veces pienso que ellos me han enseñado más a mí que yo a ellos.”
“Curar no siempre es operar. A veces es escuchar, acompañar, aliviar.”
Y al final, cuando la conversación termina, deja una frase que se queda flotando en el aire, como una verdad luminosa y sencilla:
“La ciencia salva vidas, sí… pero la empatía también cura.”