El dolor crónico, esa molestia que nunca se va del todo y que acompaña a millones de personas día tras día, ya no se considera un simple síntoma. La 11ª edición de la Clasificación Internacional de Enfermedades (ICD-11) lo reconoce oficialmente como una enfermedad en sí misma. Para la doctora Raquel Montoro, anestesista y especialista en dolor, este reconocimiento supone un avance necesario: “No mata, pero condiciona cada aspecto de la vida. Y eso, en realidad, es devastador”.
Una experiencia subjetiva que no siempre se entiende
El dolor es íntimo, personal. Nadie lo siente igual. La doctora Montoro lo explica con una metáfora sencilla: “Hay personas que en invierno van en manga corta y otras necesitan tres capas. Con el dolor pasa lo mismo”.
Cuando se prolonga más de tres meses, hablamos de dolor crónico. Y aquí está el matiz crucial: deja de ser una señal útil para convertirse en una enfermedad por sí misma. “Es como una alarma que sigue sonando cuando ya no hay fuego”.
El impacto oculto en la vida diaria

El dolor crónico no se limita a doler. Va más allá: altera el estado de ánimo, desestabiliza la tensión arterial, afecta al azúcar en sangre. Es como vivir con un zumbido constante que desgasta por dentro. “Aunque no mata, solo hace que fastidiar, y vivir con él significa vivir sin calidad de vida”.
El problema es que todavía está infravalorado. Muchas veces se asume que es “normal” en personas mayores con artrosis, como si hubiera que resignarse a soportarlo, igual que las arrugas. “Pero ¿acaso dejamos de tratar la hipertensión porque sea frecuente en la vejez?”.
Más allá de las pastillas: un abordaje más humano
El arsenal de fármacos rara vez basta. Hay pacientes que llegan a la consulta con más de diez medicinas distintas, y aun así siguen sufriendo. “El gran problema es que casi nadie se detiene a escucharlos de verdad”.
Por eso, Montoro defiende un enfoque más amplio: médicos, fisioterapeutas, nutricionistas, psicólogos. Todos a una. Porque el dolor no solo está en el cuerpo, también en la mente. “Romper ese círculo de dolor y estrés requiere herramientas diversas, no solo recetas”.
Nuevas terapias que abren caminos

A los tratamientos clásicos se suman ahora opciones innovadoras:
- Terapia Magnética Transcraneal (TMT): una técnica no invasiva que “reconduce” las vías nerviosas que, en el dolor crónico, parecen estar sobreactivadas.
- Ozonoterapia: un gas con un perfil muy seguro que, aplicado local o sistémicamente, actúa como una especie de vacuna para despertar las defensas antioxidantes del organismo.
Montoro insiste: “No son sustitutos de la medicina convencional, sino aliados que se integran sin interferir con los fármacos”.
El paciente en el centro: pequeños pasos, grandes cambios
La doctora lo tiene claro: “Nosotros damos un empujón, pero el verdadero trabajo es diario, y le corresponde al paciente”.
Ese trabajo pasa por gestos sencillos pero poderosos: salir a caminar aunque sea hasta la panadería, cuidar lo que se come con la ayuda de un nutricionista, exponerse al sol para absorber vitamina D, mantener vivas las relaciones sociales, cultivar hobbies que distraigan la mente del ruido del dolor. “Pequeños pasos que, sumados, cambian la forma de convivir con el dolor”.
Un cambio de mirada
El giro en la carrera de Montoro se produjo cuando, tras años de consultas, se topó con pacientes —muchas veces mujeres— que “nadie entendía”. Historias en las que la medicina clásica se rendía con un “no se puede hacer nada”.
Ahí decidió ampliar su enfoque, sumar el coaching y apostar por acompañar, no solo recetar. Porque, como ella misma resume: “El cliente siempre tiene la razón. Y lo primero es creerle. Nadie mejor que él sabe lo que significa vivir con dolor”.