Dicen que el pulpo a la gallega es como un buen concierto de rock: sencillo en apariencia, pero capaz de poner la piel de gallina si todo está en su sitio. En Galicia lo saben desde hace siglos, y aunque hoy se pueda comer en cualquier rincón de España, probarlo junto a un puerto pesquero es una experiencia distinta. La magia de este plato está en la sencillez de sus ingredientes y la precisión en el punto de cocción. Un error mínimo y el encanto se rompe, por eso hay quien lo considera un pequeño arte culinario.
Pero no hace falta ser un chef gallego para preparar un buen pulpo a feira. Lo que sí se necesita es respeto por el producto, paciencia y la mano firme para cortar y aliñar sin miedo. El ritual de hervir, cortar y aderezar forma parte de una cultura que trasciende la cocina. Este plato no solo es comida: es fiesta, es feria, es reunión familiar en la que el pulpo se sirve sobre tabla de madera y se comparte entre risas y vasos de vino tinto.
2EL PUNTO PERFECTO: NI DURO NI CHICLE

Uno de los mayores secretos del auténtico pulpo a la gallega es su textura. El pulpo debe quedar tierno, pero con la suficiente firmeza para no deshacerse. Si queda duro, es un desastre; si parece goma, peor aún. Por eso, muchos cocineros recomiendan congelarlo antes de cocerlo, ya que el frío rompe las fibras y ayuda a conseguir la ternura ideal.
En Galicia, el método de “asustar” al pulpo sigue vigente: sumergirlo y sacarlo del agua hirviendo tres veces antes de dejarlo cocer definitivamente. Este truco ancestral evita que la piel se desprenda y mantiene intacto el sabor. Y aunque parezca superstición, la experiencia demuestra que funciona de maravilla.