Dicen que el pulpo a la gallega es como un buen concierto de rock: sencillo en apariencia, pero capaz de poner la piel de gallina si todo está en su sitio. En Galicia lo saben desde hace siglos, y aunque hoy se pueda comer en cualquier rincón de España, probarlo junto a un puerto pesquero es una experiencia distinta. La magia de este plato está en la sencillez de sus ingredientes y la precisión en el punto de cocción. Un error mínimo y el encanto se rompe, por eso hay quien lo considera un pequeño arte culinario.
Pero no hace falta ser un chef gallego para preparar un buen pulpo a feira. Lo que sí se necesita es respeto por el producto, paciencia y la mano firme para cortar y aliñar sin miedo. El ritual de hervir, cortar y aderezar forma parte de una cultura que trasciende la cocina. Este plato no solo es comida: es fiesta, es feria, es reunión familiar en la que el pulpo se sirve sobre tabla de madera y se comparte entre risas y vasos de vino tinto.
1EL ORIGEN DE UNA TRADICIÓN QUE HUELE A MAR

El pulpo a la gallega tiene su raíz en las ferias y romerías de Galicia, donde las “pulpeiras” lo cocinaban en calderos de cobre al aire libre. Este plato nació como comida popular para alimentar a muchas personas con un producto abundante en la costa. Con el tiempo, se convirtió en símbolo de identidad gastronómica, con su propia liturgia de preparación y consumo.
Aunque hoy se sirva en restaurantes de lujo, su esencia sigue siendo humilde y directa. La receta original apenas ha cambiado en más de un siglo. Pulpo fresco o congelado, agua, sal gorda, aceite de oliva y pimentón, ya sea dulce o picante. Todo lo demás es accesorio y, para muchos gallegos, casi una herejía.