jueves, 26 junio 2025

¿Es posible visitar Chernóbil como turista? Te explicamos cómo y qué ver en el área afectada

La palabra Chernóbil sigue evocando imágenes de desolación y un escalofrío casi instintivo, pero también despierta una fascinación innegable en un número creciente de personas. Muchos se preguntan si es factible adentrarse en la Zona de Exclusión, aquel vasto territorio marcado a fuego por la catástrofe nuclear de 1986, un desastre que cambió nuestra percepción del átomo para siempre. La idea de caminar por las calles fantasmales de Prípiat o contemplar la mole del reactor número cuatro, ahora sellado bajo el Nuevo Sarcófago Seguro, atrae a un perfil de viajero muy particular, aquel que busca comprender la historia en su escenario más crudo y tangible. Esta atracción, no exenta de un intenso debate ético y moral, ha consolidado la zona como un destino insólito pero cada vez más solicitado por quienes anhelan testimoniar las cicatrices del pasado.

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Explorar este enclave singular no es una aventura que pueda tomarse a la ligera ni improvisarse sobre la marcha, sino una experiencia que exige una planificación meticulosa y el acatamiento estricto de un entramado de normativas. Las visitas guiadas, que tradicionalmente partían desde la capital ucraniana, Kiev, se erigen como la única vía legal y segura para acceder al perímetro restringido, y la obtención de los permisos pertinentes es un trámite burocrático ineludible y fundamental. Las autoridades ucranianas, antes de los recientes conflictos que han alterado la región, establecían límites muy claros sobre qué se podía ver y cómo se debía actuar, buscando un complejo equilibrio entre la preservación de la memoria histórica, la seguridad de los visitantes y el profundo respeto que merece un entorno tan sensible y cargado de significado.

EL PEREGRINAJE A LA ZONA CERO: KIEV COMO PUERTA DE ENTRADA

EL PEREGRINAJE A LA ZONA CERO: KIEV COMO PUERTA DE ENTRADA
Fuente Pexels

Tradicionalmente, la aventura hacia la Zona de Exclusión de Chernóbil comenzaba en Kiev, la vibrante capital de Ucrania, situada a unas dos horas por carretera. Diversas agencias especializadas ofrecían paquetes turísticos que incluían el transporte, los permisos necesarios, el acompañamiento de un guía experto y, en algunos casos, hasta un contador Geiger para medir la radiación ambiental. El viaje en sí mismo ya suponía una inmersión paulatina en la atmósfera del lugar, dejando atrás el bullicio de la metrópoli para adentrarse en paisajes cada vez más rurales y silenciosos, hasta alcanzar el primer puesto de control, Dytiatky, la frontera oficial de la zona de 30 kilómetros.

Una vez cruzado este umbral, la sensación de estar en un territorio diferente se hacía palpable. Los controles de acceso eran rigurosos, con verificación de pasaportes y permisos, y los guías comenzaban a impartir las instrucciones de seguridad fundamentales para la estancia en el área de Chernóbil. El trayecto hasta el corazón de la zona permitía observar cómo la naturaleza, de forma implacable, había comenzado a reclamar lo que un día fue suyo, con bosques densos flanqueando la carretera y engullendo antiguas aldeas evacuadas. Este primer contacto visual con las consecuencias del abandono forzoso preparaba el ánimo para las impactantes escenas que aguardaban más adelante.

PAPEL SELLADO PARA EL APOCALIPSIS: PERMISOS Y REGLAS DEL JUEGO

Acceder a la Zona de Exclusión de Chernóbil siempre ha requerido una gestión burocrática previa, siendo imposible presentarse por cuenta propia sin autorización. Los permisos debían solicitarse con antelación, generalmente a través de las agencias de viajes autorizadas, quienes se encargaban de tramitarlos ante las autoridades ucranianas competentes. Este proceso implicaba proporcionar datos personales y aceptar una serie de condiciones relativas al comportamiento y la seguridad dentro del perímetro, un requisito indispensable para garantizar tanto la protección individual como la del delicado entorno. La demanda fluctuaba, pero se recomendaba reservar con semanas o incluso meses de antelación, especialmente en temporada alta.

Dentro de la zona, las reglas eran estrictas y de obligado cumplimiento, diseñadas para minimizar cualquier riesgo radiológico y preservar la integridad del lugar. Estaba terminantemente prohibido tocar objetos o vegetación, sentarse en el suelo, comer o fumar al aire libre en áreas no designadas, o llevarse cualquier tipo de «souvenir» del lugar, por insignificante que pareciera. Los guías eran responsables de velar por el cumplimiento de estas normas, y su incumplimiento podía acarrear desde una amonestación hasta la expulsión inmediata de la zona de Chernóbil. La seriedad de estas directrices subrayaba la naturaleza excepcional de la visita.

PRÍPIAT, CIUDAD FANTASMA, Y EL GIGANTE DORMIDO: EL REACTOR Nº 4

PRÍPIAT, CIUDAD FANTASMA, Y EL GIGANTE DORMIDO: EL REACTOR Nº 4
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El plato fuerte de cualquier visita a Chernóbil era, sin duda, la ciudad de Prípiat, construida en los años setenta para albergar a los trabajadores de la central nuclear y sus familias. Evacuada por completo en apenas unas horas tras el accidente, hoy se erige como un testimonio mudo de una vida truncada, una cápsula del tiempo soviético. Recorrer sus avenidas desiertas, contemplar la icónica noria del parque de atracciones que nunca llegó a inaugurarse, o adentrarse con cautela en edificios como escuelas, hospitales o el palacio de cultura «Energetik», producía una mezcla de sobrecogimiento, tristeza y una profunda reflexión sobre la fragilidad de la existencia humana. Cada rincón contaba una historia de precipitación y abandono.

Otro punto culminante era la aproximación al reactor número cuatro, el epicentro de la catástrofe de Chernóbil. Aunque el sarcófago original, construido apresuradamente en 1986, mostraba signos de deterioro, la imponente estructura del Nuevo Sarcófago Seguro (NSC), completada en 2016 y deslizada sobre la antigua estructura, ofrecía una visión más tranquilizadora, aunque igualmente impresionante. Detenerse a una distancia prudencial, con los dosímetros marcando niveles de radiación elevados pero controlados para una corta exposición, permitía dimensionar la magnitud del desastre y el ingente esfuerzo internacional para contener sus consecuencias a largo plazo. Era un momento de silencio y respeto ante la ingeniería y la tragedia.

CONTADORES GEIGER Y SENTIDO COMÚN: ¿ES SEGURO VISITAR CHERNÓBIL HOY?

Una de las preguntas más recurrentes antes de planificar un viaje a Chernóbil giraba en torno a la seguridad radiológica. Las agencias turísticas y las autoridades ucranianas siempre han sostenido que, siguiendo las rutas establecidas y las indicaciones de los guías, la dosis de radiación recibida durante una visita de uno o dos días es mínima, comparable a la de un vuelo transoceánico o una radiografía médica. Los itinerarios estaban cuidadosamente diseñados para evitar los «puntos calientes» de alta radiactividad persistente, y el uso de dosímetros personales permitía monitorizar la exposición acumulada de cada visitante, ofreciendo una capa adicional de tranquilidad.

No obstante, la seguridad también dependía en gran medida del comportamiento individual y del sentido común. Era crucial seguir al pie de la letra las instrucciones de no tocar nada, no salirse de los caminos marcados y someterse a los controles de radiación al abandonar las diferentes zonas y, finalmente, al salir del perímetro de exclusión de Chernóbil. Se recomendaba vestir ropa que cubriera la mayor parte del cuerpo y calzado cerrado, prendas que, aunque no ofrecían protección contra la radiación gamma, sí evitaban el contacto directo con partículas radiactivas depositadas en el suelo o superficies. La clave residía en una exposición corta y controlada.

EL LEGADO RADIACTIVO Y EL FUTURO INCIERTO: ¿QUÉ HA CAMBIADO EN CHERNÓBIL?

EL LEGADO RADIACTIVO Y EL FUTURO INCIERTO: ¿QUÉ HA CAMBIADO EN CHERNÓBIL?
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El legado de Chernóbil es complejo y multifacético, abarcando desde las consecuencias sanitarias y medioambientales hasta su impacto cultural y científico. La Zona de Exclusión se ha convertido, paradójicamente, en una especie de reserva natural única, donde la ausencia de actividad humana ha permitido que la flora y la fauna prosperen de maneras inesperadas, aunque bajo la constante sombra de la contaminación radiactiva. Científicos de todo el mundo continúan estudiando los efectos a largo plazo de la radiación en el ecosistema, convirtiendo el área en un laboratorio al aire libre de incalculable valor para la investigación. La propia central, aunque cerrada, sigue siendo un foco de trabajo para su desmantelamiento progresivo, un proceso que durará décadas.

En cuanto a las visitas turísticas, la situación actual es de gran incertidumbre debido al conflicto bélico en Ucrania, que ha afectado directamente a la región de Chernóbil y ha supuesto la suspensión de los tours. Antes de estos acontecimientos, el interés por conocer la zona iba en aumento, planteando debates sobre la ética del «turismo oscuro» y la necesidad de gestionar el flujo de visitantes de manera sostenible y respetuosa. Cuando las circunstancias lo permitan y la seguridad pueda garantizarse nuevamente, es probable que las visitas se reanuden, quizás con nuevas regulaciones o enfoques que reflejen tanto la historia pasada como las recientes vicisitudes de este emblemático y trágico lugar llamado Chernóbil. La experiencia de visitar Chernóbil, para quienes tuvieron la oportunidad, transformaba inevitablemente la percepción sobre la energía nuclear y la resiliencia humana y natural.


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