El flan, con su textura sedosa y su corona de caramelo líquido ambarino, es uno de los postres más universales y queridos. Ya sea el clásico flan de huevo, reconfortante en su simplicidad, o su primo aromático, el flan de vainilla, esta delicia a base de lácteos y huevos ha conquistado paladares a lo largo de generaciones y continentes. Su aparente sencillez esconde una técnica que, una vez dominada, recompensa con un postre elegante y profundamente satisfactorio. Acompáñanos a explorar la historia, los secretos y la preparación de este manjar atemporal.
La historia del flan es sorprendentemente antigua y se remonta a la época del Imperio Romano. Los romanos fueron pioneros en la domesticación de gallinas y, con una abundancia de huevos, comenzaron a experimentar con preparaciones que los combinaban con leche y miel. Estas primeras versiones, conocidas como «tyropatina», eran a menudo saladas, incorporando pimienta u otros condimentos, aunque también existían variantes dulces.
Con la caída del Imperio Romano, la receta evolucionó. Durante la Edad Media en Europa, especialmente en España y Francia, la receta se popularizó y se transformó. Se adoptó el término «flan», derivado del francés antiguo «flaon» (torta plana), que a su vez provenía del alto alemán antiguo «flado». En esta época, el flan se consolidó como un postre dulce, y comenzó a cocinarse en moldes caramelizados, dándole su característica capa superior. La técnica del baño María, crucial para su textura delicada, también se perfeccionó.
Fueron los españoles quienes, durante la colonización, llevaron el flan a América Latina y Filipinas. En cada región, la receta básica se adaptó, incorporando ingredientes y sabores locales. Así nacieron innumerables variantes, desde el flan de cajeta en México hasta el flan de leche condensada, muy popular en toda Latinoamérica, o el leche flan filipino, a menudo más rico en yemas.
Hoy en día, el flan es un postre emblemático en muchas culturas, cada una con su toque distintivo, pero todas compartiendo el mismo ADN de cremosidad y dulzura caramelizada.
5Variaciones sobre un tema clásico

La base del flan es un lienzo perfecto para la creatividad:
- Flan de queso: Añade 100-200g de queso crema (tipo Philadelphia), suavizado y batido con los huevos y el azúcar. Aporta una textura más densa y un ligero toque ácido.
- Flan de coco: Sustituye parte o toda la leche por leche de coco de buena calidad. Puedes añadir coco rallado a la mezcla para más textura.
- Flan de naranja o limón: Infusiona la leche con la ralladura de 1-2 naranjas o limones. También puedes añadir una o dos cucharadas de su zumo a la mezcla de huevo.
- Flan de café: Disuelve 1-2 cucharadas de café instantáneo en polvo o 1-2 shots de espresso en la leche caliente.
- Flan de dulce de leche: Sustituye total o parcialmente el azúcar del flan por dulce de leche (aproximadamente ¾ a 1 taza). Calienta el dulce de leche con la leche para que se disuelva bien.
- Chocoflan o flan imposible: Un postre espectacular que combina una capa de bizcocho de chocolate con una capa de flan. Mágicamente, las capas se invierten durante el horneado.
- Flan de leche condensada: Un clásico latinoamericano. Sustituye la leche, la nata y el azúcar del flan por una lata de leche condensada (unos 400g) y completa con leche entera hasta alcanzar el volumen de líquido deseado (unas 2 tazas en total). Suele ser más dulce.