El arroz integral, con su reputación de ser «más saludable», a menudo se enfrenta a una barrera de entrada: su textura más firme y su sabor más pronunciado a nuez en comparación con la suavidad neutra del arroz blanco. Muchos lo intentan, pero terminan con granos duros, excesivamente chiclosos o con un tiempo de cocción que parece interminable. Sin embargo, con la técnica adecuada y un pequeño «truco», es posible cocinar un arroz integral tan delicioso y tierno que incluso los paladares más acostumbrados al arroz blanco lo disfrutarán enormemente. Este no es solo un método de cocción, es una transformación.
La historia del arroz integral es, en esencia, la historia original del arroz. Cuando el Oryza sativa comenzó a domesticarse hace unos 8,000-9,000 años en la región del río Yangtsé en China, y posteriormente se extendió por Asia y el resto del mundo, el grano se consumía en su forma integral. Es decir, con su salvado (la capa exterior rica en fibra), el germen (el embrión nutritivo) y el endospermo (la parte amilácea).
El proceso de pulido para obtener arroz blanco, que elimina el salvado y el germen, es una invención mucho más reciente en la larga historia de este cereal. Si bien el arroz blanco ofrecía ventajas como una vida útil más larga (el germen contiene aceites que pueden enranciarse) y una textura que algunas culturas llegaron a preferir, este refinamiento también eliminaba una parte significativa de sus nutrientes.
Históricamente, en muchas sociedades, a medida que el arroz blanco se volvía más accesible gracias a la tecnología de molienda, el arroz integral a menudo se asociaba con la alimentación de las clases más humildes o con tiempos de escasez. Sin embargo, la sabiduría popular y la medicina tradicional en muchas culturas asiáticas siempre reconocieron el valor del grano entero.
En las últimas décadas, con el creciente énfasis en la nutrición y la salud, el arroz integral ha experimentado un resurgimiento espectacular a nivel mundial. Ya no es visto como un «mal menor», sino como una opción superior por su contenido en fibra, vitaminas, minerales y su menor índice glucémico. El desafío para muchos ha sido cómo prepararlo para que sea tan apetecible como su contraparte refinada.
4¿Cómo se nota menos la diferencia con el arroz blanco?

- Remojo prolongado: Es la estrella. Ablanda radicalmente el salvado, haciendo el grano tierno y reduciendo la sensación «rústica».
- Uso de caldo sabroso: El caldo (verduras o pollo) infunde al arroz un sabor más rico y familiar, disminuyendo la percepción del sabor «a salvado» y acercándolo a la palatabilidad del arroz blanco que a menudo se cocina con algún tipo de sazón.
- Tostado ligero (opcional): Añade una profundidad de sabor a nuez que es agradable y sofisticada, en lugar de simplemente «integral».
- Proporción de líquido ajustada y cocción suave: Evita el arroz aguado o pastoso.
- Reposo adecuado: Indispensable para la textura final tierna y esponjosa.