Muchos usuarios recurren a la navegación privada con la esperanza de moverse por la red como fantasmas digitales, creyendo que así sus huellas se desvanecen al cerrar la ventana. Pero esa sensación de anonimato que ofrece el modo incógnito puede ser, en muchos casos, una ilusión cuidadosamente construida, una especie de placebo digital que nos hace sentir seguros mientras, en realidad, seguimos siendo bastante visibles para quienes saben dónde mirar, desvelando una verdad incómoda sobre los límites de nuestra privacidad en línea.
La promesa de confidencialidad que envuelve a estas sesiones de navegación especiales choca a menudo con la cruda realidad de las tecnologías de seguimiento que emplean numerosas plataformas y servicios web. Detrás de esa interfaz oscurecida y ese icono de espía o sombrero se esconde una operativa que dista mucho de ser un escudo impenetrable, lo que plantea serias dudas sobre qué protege realmente esta funcionalidad y, sobre todo, de quién nos protege, invitando a una reflexión más profunda sobre cómo interactuamos con el vasto universo digital y las migajas que, queramos o no, vamos dejando por el camino.
2LOS OJOS QUE EL MODO INCÓGNITO NO PUEDE CEGAR: PROVEEDORES Y SITIOS WEB

A pesar de la sensación de secretismo, el modo incógnito no nos vuelve invisibles para nuestro proveedor de servicios de Internet (ISP), que sigue teniendo un registro de todas las páginas web que visitamos, independientemente del modo de navegación que utilicemos. Del mismo modo, si accedemos a internet desde una red corporativa o educativa, el administrador de dicha red también puede monitorizar nuestra actividad en línea, ya que el tráfico pasa igualmente a través de sus servidores antes de llegar a su destino final, dejando un rastro perfectamente legible.
Los propios sitios web que visitamos también pueden identificarnos y rastrearnos de diversas maneras, incluso si estamos utilizando el modo incógnito. Si iniciamos sesión en una cuenta de Google, Facebook o cualquier otra plataforma, el sitio sabrá quiénes somos y podrá registrar nuestra actividad asociada a ese perfil, anulando cualquier pretensión de anonimato que el modo privado pudiera ofrecer. La dirección IP, esa especie de matrícula de nuestro dispositivo en la red, sigue siendo visible, permitiendo a las webs geolocalizarnos y, en algunos casos, vincular nuestra visita actual con otras anteriores.