Ribera descarta a España como hub energético frente al gas ruso

La crisis bélica que vive Europa está cambiando el panorama geoenergético del viejo continente, y esto es sólo el principio. La UE se ha dado cuenta por fin de que su dependencia del gas ruso no puede continuar y, impulsada también por Estados Unidos, trabaja ya con otros mercados alternativos, en un momento en el que además Rusia ha sido excluida del sistema bancaria mundial (Swift).

Una de las mejores soluciones sería que la Península Ibérica (España y Portugal) se convirtiera en un hub energético desde el que se pudiera abastecer al resto de estados miembros del gas procedente de EEUU, Qatar, Australia o cualquier otro lugar del mundo, pero la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, sigue sin querer oír hablar de invertir un euro en gas.

No es que la invasión de Ucrania por Rusia no se viera venir, es que nadie pensó que Vladimir Putin llegaría tan lejos. Desde el año 2014 el presidente ruso tiene entre ceja y ceja la invasión de su vecino y al final la ha llevado a cabo.

Todas las voces que se alzan ahora en Europa en contra del líder ruso no eran tan críticas mientras los países de la UE recibía su gas, su petróleo o su aluminio, durante años en los que han preferido mirar hacia otro lado. Para los gobiernos europeos, entre ellos el español, era más cómodo enarbolar la bandera de la lucha contra el cambio climático, que la bandera de la lucha contra un líder totalitario y opresor.

EEUU es uno de los países más interesados en que España se convierta en un hub energético para la Unión Europea

Hace menos de tres años se certificó la sentencia de muerte del proyecto del gasoducto Midcat, una infraestructura que pretendía unir España con Francia para transportar el gas que llegara a nuestro país especialmente desde Argelia.

La idea era buena, significaba aumentar la interconexión entre los dos países y abrir una puerta más a Europa, con lo que otros estados dejarían de mirar tanto al este del viejo continente. El gas ruso es esencial para la Unión Europea, entre otras cosas, porque no se han buscado otras soluciones más que fiarlo todo al avance de las energías renovables.

Mientras estas energías limpias evolucionan y crece su implementación, el gas ruso sigue siendo la base de muchos países para producir calor para calefacción o generar electricidad, y a esos países no les ha importado regar de millones y millones de euros las arcas del país dirigido por Putin.

UN PROYECTO DESECHADO

El gasoducto del Midcat estaba considerado como una buena manera de diversificar la dependencia energética, pero dio la casualidad de que los dos países de los que dependía lo desecharon. A Francia no le acabó de convencer porque tiene una planificación nuclear muy potente y apenas necesita del gas, por lo que Macron le dio la puntilla. Y el Gobierno de España lo descartó por la apuesta innegociable por la renovables y ante la presión de organizaciones ecologistas.

De esta manera, la Comisión Europea lo sacó de su lista de Proyectos de Interés Común el 31 de octubre de 2019, después de que hubiera estado incluido en las tres listas anteriores de 2013, 2015 y 2017.

El gasoducto estaba proyectado para unir Martorell con Barbaira en Francia, fue promovido por Teréga y Enagás, y su longitud era de 235 kilómetros. Varios de esos kilómetros se llegaron a construir, ya que la obra comenzó a finales de 2010, por lo que en la actualidad podría estar acabado desde hace años, y dando servicio a una Europa, que prefirió apostarlo todo a la energía limpia y abandonarse en manos de Putin. La presión de varias organizaciones ecologistas paralizó la obra cuando esta llegó, en los comienzos de 2011, a la localidad de Hostalric a unos 90 kilómetros de Martorell.

Ahora que la Unión Europea se ha dado cuenta de que sin el gas y sin la energía nuclear es imposible que se puedan alcanzar los objetivos de descarbonización autoimpuestos y ha propuesto calificar estas energías como limpias, se abre un escenario en el que cualquier infraestructura de este estilo podría recibir ayudas de los fondos Next Generation. El problema radica en que se ha perdido un tiempo precioso y retomar el proyecto (que fue retocado y ampliado) ahora significaría terminarlo posiblemente a finales de esta década. Cuando se supone que las energías renovables tendrán un protagonismo muy superior.

infraestructura gas natural
Infraestructura de gas natural

La falta de previsión y el blanqueamiento de la imagen de Putin por parte de muchos políticos ha llevado a Europa a una encrucijada, agravada por el fanatismo ecológico. Alemania tiene mucha culpa en todo esto, ya que siempre le ha interesado mantener una buena relación con el líder ruso, hasta el punto de que entre ambos países se fomentó la construcción del gasoducto Nord Stream 2, que ahora podría pudrirse en el mar, ya que no tiene visos de utilizarse en mucho tiempo.

El gas ruso era para el país germano un seguro de vida energético y poco le ha importado a Merkel lo que Putin pudiera estar tramando geopolíticamente hablando, o las tropelías que haya hecho (que han sido muchas) en su propio país y contra sus propios ciudadanos.

CAMBIO DE PLANES EN 2015

En el año 2015, después de varios años ya con el proyecto Midcat estancado, se  llevó a cabo un cambio de planes. Teréga y Enagás propusieron ampliar la red de gasoductos en ambos países, y el proyecto pasó a tener más de 1.000 kilómetros de tuberías, llamándose a partir de entonces STEP (South Transit Eastern Pyrenees).

España, Portugal y Francia estaban de acuerdo y firmaron un pacto junto a la Comisión Europea y al Banco Europeo de Inversiones para potenciar la interconexión gasística entre los países, algo que en su momento fue rechazado por los ecologistas y que en la actualidad nos resolvería la papeleta.

De hecho, Estados Unidos es uno de los países que más interés tiene en que España se convierta en hub energético para la Unión Europea. Desde hace meses el gigante americano se ha convertido en un gran exportador de gas y pretende minimizar al máximo la influencia del gas ruso en el viejo continente.

Las seis regasificadoras repartidas por el territorio nacional harían viable que desde España se pudiera abastecer a muchos otros países. Portugal también podría y parece que desea entrar en la ecuación. Pero para eso se necesitan tuberías e interconexión, esas que el fanatismo ecológico y la falta de previsión dejaron abandonadas hace casi una década en tierras catalanas, y que la ministra Ribera no tiene ahora intención de rescatar.

María Castañeda
María Castañeda
Redactora de MERCA2 de empresas y economía; especializada en energía, sostenibilidad y turismo.