miércoles, 11 diciembre 2024

Los muertos son inevitables; las mentiras: un peligro

La crisis sanitaria que ha  provocado el coronavirus tiene una terrible consecuencia: los miles de muertos que dejará a su paso. España, por ahora, es uno de los países más castigados. Ante este escenario, el Gobierno de Pedro Sánchez hace todo lo posible. Incluso, es turno de ser benévolos con los fallos que se comentan en la gestión. Todo vale menos una cosa: las medidas verdades con olor a mentira.

A nadie se le escapa que la situación que ha provocado el coronavirus es terrible. Conforme pasan los días, uno siente el bicho más cerca. De las pantallas de la televisión ha saltado al móvil. Amigos, conocidos, primos, compañeros de trabajo… el número de contagiados crece, los muertos se acumulan. Es un trago duro. Amargo. No hay digestión para tanto dolor. Ya no sirve ni ese refugio de libertad entre los aplausos de las 20.00h.

Todo esto es la parte incontrolable. La vida. Porque cabe recordar que nada causa más muertes que la vida. Bien es cierto que se podía haber prevenido más, prohibido manifestaciones, partidos de fútbol, mítines políticos… cada uno que ponga su color político al servicio de la demagogia. Se podía haber hecho tanto, que al final no se hizo nada. Las consecuencias se pagan ahora. Y ya habrá tiempo para tomar a los responsables por la pechera.

Sin embargo, hay otro apartado donde el Gobierno sí puede tomar el control de la situación. Situarse frente a los millones de telespectadores que siguen las comparecencias públicas, y no faltar nunca a la verdad. Por dura que sea, o por grave que haya sido el error. El problema es que al Ejecutivo de Pedro Sánchez también se le echan encima los días. El cansancio corroe. Y por desgracia, la actividad política de un país que hasta hace poco era feliz celebrando elecciones, tampoco se va de la cabeza de Iván Redondo. A la sazón, el que está en la cabeza de Sánchez.

FALLOS SÍ, MENTIRAS NO

Gestionar una crisis de índole mundial es complicado. Hacerlo de manera televisada, retransmitida por las redes sociales y con los medios de comunicación buscando el olor a sangre, debe ser un triple salto mortal. Pero en la última semana el Gobierno ha puesto en bandeja, sobre todo a estos últimos, el bodegón de críticas a la gestión política.

Primero fue el «positivo en diferido» de la vicepresidenta Carmen Calvo. Una de las reglas básicas de la comunicación: si algo se tiene que comunicar y puede ser blanco o negro, no te la juegues con ningún color. Pues desde el Ejecutivo no lo vieron así, y cuando un medio de comunicación destapó el positivo, desde La Moncloa tardaron más de 24 horas en asumirlo.

Misma situación de enredo con los test defectuosos pedidos a China, pero no de manera directa, sino también en diferido a través de un proveedor. Explicaciones, Fernando Simón da la cara, luego la da el ministro, medias verdades, no eran todos, solo unos pocos, estaban regla, no lo estaban… Y al final la sensación de que se acumulan los cadáveres en el Palacio de Hielo de Madrid mientras el Gobierno se enreda con un pedido al más puro estilo AliExpress.

Y ahora es donde se la juega. La situación es crítica. Y se antoja más complicada. La catástrofe económica que se avecina ya nos susurra al oído su hoja de ruta: despidos, disminución del consumo, falta de inversión, más despidos, colapso… y vuelta a 2008. Por eso, es el momento de mirar a los ojitos, como diría Luis Aragonés, y escupir toda la verdad, por pringosa que sea.

El marrón que tiene encima el Gobierno hubiera sobrepasado de igual manera al líder del Partido Popular, Pablo Casado, o a cualquier otro que tuviera que hacer frente. De hecho, el coronavirus es global y está descubriendo la estupidez de políticos británicos, colombianos, holandeses y, como no podía ser de otra manera, certificando la de Donald Trump. Todo en orden.

Bajo esta situación, el Gobierno no debe permitirse otra semana de medias verdades, mentiras reculadas y mensajes confusos. Si hay un error, se admite. Ya se van anotando en la libreta, igual que los muertos. Porque todo duele. Todo cuenta.


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