La calma que reina en el palacio de La Promesa es, como los espejismos, momentánea y sólo aparece de un soplo de aire. Lo que imagina uno como un respiro y un descanso después de tantas historias se torna la introducción de unos nuevos contratiempos.
El desasosiego de Curro lo causa la salud de su madre, e intenta encubrirla de los fantasmas que residen en su cabeza; Simona, que está aquilatando sus decisiones; Manuel que se defiende de sus frustraciones. En medio de estos enredos de esperas, un personaje inesperado llega dispuesto a desmoronar, incluso más, una casa donde parece que no hay nadie que se salve de su propio destino.
LAS HERIDAS QUE NO CICATRIZAN

Curro no puede dejar de sentir el miedo que lo consume en La Promesa: el Capitán de la Mata es una figura oscura que acecha a su madre. Su petición a Emilia no es un capricho, sino un intento desesperado por no permitir que el pasado vuelva a ocurrir. Hay algo en ese hombre que provoca fantasmas y Curro quiere hacer lo que haga falta, incluso lo que no se puede prever.
Emilia, a pesar de la sorpresa ante la intensidad de la petición, no puede hacer otra cosa que comprometerse a mantener la cercanía con su madre, pero una pregunta la atormenta: ¿qué esconde el Capitán de la Mata? Las piezas sueltas del rompecabezas familiar empiezan a cobrar sentido, pero ese todavía no es el sentido total. En el vacío se añade más miedo.
Simona, por su parte, vive sumida en un mar de culpas. Sus disculpas a Manuel son sinceras, pero las palabras ya no bastan para sanar la herida abierta. Manuel, aunque intenta eximirla de responsabilidad, no puede evitar preguntarse si Toño habría seguido otro camino de no ser por su madre. La cuestión se cuela en su cabeza como un veneno y se apodera de su cuerpo.
Petra, siempre impredecible, parece disfrutar del caos ajeno. La amabilidad inusitada de la mujer hacia Simona es de tal calibre que incluso las paredes parecen asombrarse. Los criados cambian miradas de incredulidad. Ellos mismos deben hacerse la misma pregunta: ¿qué es lo que oculta Petra tras su amabilidad?
Porque de lo único de lo que se puede estar seguro en La Promesa es de que Petra jamás hace nada sin motivo.
LLEGAN NUEVAS PISTAS A LA PROMESA

Martina tiene que decidir de una vez qué va a hacer en La Promesa: por un lado Eugenia quiere ver a su hermana Cruz, pero Alonso no lo consentirá. La joven está en un punto crítico entre la lealtad y la compasión, la joven tiene que ir con cuidado en aguas revueltas. El marqués no es un hombre que soporte las desafiar, su negativa es una muralla que parece imposible de atravesar.
Eugenia, angustiada por volver a ver a su hermana, no comprende tal negativa de Alonso: «¿Qué tiene que ocultar?», se dice a sí misma mientras siente cómo la frustración se transforma en determinación. Martina, que está entre los dos, siente el peso de la responsabilidad. Conocer demasiado puede ser muy peligroso, pero no hacerlo también tiene consecuencias.
Dentro de otro lado del palacio, Emilia pone de manifiesto en esta ocasión que no le tiembla el pulso para hablar con claridad. El encuentro entre Pía y Rómulo es la gota que colma el vaso, y ella no tiene reparos en hacerle ver la hipocresía que manifiesta el mayordomo: «Ya no eres el hombre sincero que conocíamos«, le espeta. Sus palabras son estridentes, y se oyen en los pasillos, los cuales evocarían incluso que en La Promesa cercanamente los más fieles pueden ser este en otro.
Rómulo, herido por la acusación, intenta justificarse, pero su sonora vacuidad parece ser evidente. Pía, que contempla la escena del desencuentro, guarda silencio, aunque sus ojos delatan la cercanía de los sentimientos de satisfacción y preocupación. ¿Está disfrutando al contemplar la descalificación de Rómulo o teme ser la próxima víctima? En este embrollo del poder, ninguna persona está a salvo.
UNA VISITA CON SORPRESA

Cuando todo parece calmado -las expectativas contenidas-, el destino viene preparado con una vuelta de tuerca. Una figura desconocida entra al palacio y su presencia actúa como la chispa de un campo seco. Nadie sabe quién es ni cuáles son sus intenciones, aun así, algo en el aire ya advierte que nada volverá a ser igual.
Los criados, siempre atentos a las variaciones en la casa, no tardan en especular: «¿Es un antiguo conocido de la familia?», cavilaba uno, «¿o más bien un acreedor?». Desde luego sólo hay algo claro: su llegada no es casual. Alguien hace mover los hilos del destino para que la llegada de tal personaje se produzca.
¿Será un aliado o un enemigo? ¿Traerá respuestas o bien más preguntas? En La Promesa nada es lo que parece y cada personaje oculta algo en el interior de la normalidad. Lo único cierto es que esa visita va a ser el antes y el después en la vida de cada uno.
Mientras la incertidumbre va tiñendo el palacio, algunos moradores comienzan a preparar lo peor. Curro pone en forma sus instintos; Simona calla en oraciones; y Petra desde las tinieblas atina su acción; el juego de los poderes entra en una nueva etapa; nadie quiere ser el último, porque en La Promesa solo lo resabiados sobreviven.































































