En La Promesa, el palacio familiar de los Márquez de la Vega vuelve a convertirse en el centro de una tormenta perfecta. Una nota anónima llega como un puñal en el corazón de Manuel, amenazando sus aspiraciones de negocios. Mientras, Ángela, Curro y Lope vuelven del casino cargados de interrogantes.
La intriga se va tejiendo en los pasillos del palacio, donde nadie resulta ser totalmente inocente ni culpable. Catalina y Adriano desafían las convenciones, Simona y Toño libran una batalla familiar y Eugenia imprime movimientos calculados que hacen temblar los frágiles cimientos de una paz familiar ya de por sí tambaleante.
UNA AMENAZA ENTRE LAS SOMBRAS

Manuel pensaba haber dejado atrás el obstáculo que suponía Toño en La Promesa, decidido a lograr su objetivo de conseguir una hazaña aeronáutica, cuando el destino le obsequió con un nuevo zarpazo. La nota anónima, que había sido depositada en su despacho como si de un guante blanco se tratara, no contenía firma, pero sus palabras eran tan afiladas como una puñalada.
El misterio no era solo qué escondía Manuel, sino quién había decidido atacarlo ahora. ¿Un competidor tipo? ¿Un enemigo que vivía bajo el mismo techo? La paranoia se fue apoderando de él, y cada mirada en el palacio le resultaba llena alarma. En ese momento, Ángela, Curro y Lope buscaban el rastro de Basilio, quien al dejar su testimonio había abierto una puerta tenebrosa: la muerte de Jana no había sido un accidente, sino un nuevo eslabón en una cadena de mentiras que llegaba hasta lo más alto.
La angustia reservada para los hechos se magnifica, tal vez porque cada paso del par de amigos hacia la verdad parecía predecido, como si un invisible juego de ajedrez estuviera en marcha. Curro, sabedor de que el peligro acechaba, no dudó en hacer uso de Pía, quien en un par de horas diseñó una estrategia para seguir investigando, pero había un interrogante que flotaba en el aire.
Manuel, asumiendo que podía ser un paso anticipado ante una amenaza desconocida, había ordenado investigar internamente el centro de decisión, pero todo indicio mantenía sus pasos en callejones sin salida, como si el palacio conspirara contra él. La célebre nota no solo era una amenaza; era un marcador de juego que le recordaba que tarde o temprano su pasado podría alcanzarle.
Por su parte, Ángela también comenzó a cuestionar todos sus conocimientos; las piezas del puzle no encajaban y cada nuevo hecho que le llegaba fabricaba un cuadro más lúgubre; ¿no estaban ellos mismos como objetivo? La respuesta llegó en una noche en que un automóvil sin matrícula pudo seguir a las puertas del palacio, lo que confirmaba las peores sospechas.
AMOR Y REBELDÍA EN LA PROMESA

En medio del tumulto formado en La Promesa, Catalina y Adriano se apretaban como una defensa de su amor. Ni escándalos, ni problemas familiares ni rumores lograban desafiar esa firmeza: «Te casaré», le decía él al oído, en uno de sus encuentros furtivos, lejos de las miradas descalificatorias de la madre, Simona Luján.
El romance era algo más que un romance, era un desafío al orden establecido. Catalina había estado viviendo como una mujer a la espera de un marido y descubre en Adriano el sentido de sí misma; pero, cada gesto de rebeldía, tenía un coste. Simona, si bien había estado muy defraudada por la traición de Toño porque era de un hijo, no estaba dispuesta a dejar que su hija siguiera este camino.
Candela, buscando, organizó una cena para reconciliar madre e hijo; de esa reunión nadie suponía que Toño terminaría arrinconado, obligado a confesar un secreto que mantenía desde hacía meses; la tensión estalló por los aires, como un estallido de cohetes, mostrando que en el palacio, a partir de aquellos intentos de hacer las paces, amasaban nuevas guerras.
Catalina, quien fue la que fue testigo del calor de la discusión, interpretó que su relación con Adriano era el inicio de algo más imponente. Simona no solo luchaba por su reputación, sino por mantener a su vez el control sobre una familia que se le escapaba de las manos. ¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar Simona para separarlos? Adriano aquella noche le propuso a Catalina fugarse, pero ella dudó. ¿El amor sería suficiente para renunciar a todo lo demás?
Toño, por su parte, había quedado en el aire. Su confesión relativa a unas deudas escondidas y contactos peligrosos impresiona a Simona. ¿Era su hijo una víctima más en esta guerra fría, o bien era una sencilla pieza del tablero de una guerra? Candela, también atrapada en ese fuego cruzado, intentó controlar la situación, pero la grieta entre madre e hijo era evidente y no tenía ningún indicio de solucionarse.
Mientras tanto, y en una esquina del palacio, había alguien que contemplaba la escena con los ojos bien abiertos. Eugenia, muy pragmática, observó el caos familiar como una oportunidad. Si Simona caía, el poder en el palacio podría cambiar de manos. Y no iba a dejar escapar esa posibilidad.
UNA PETICIÓN INESPERADA

Eugenia había ido abriéndose paso dentro del palacio al modo de una espía y como si fuera una estratega. Su conversación con Martina, sin embargo, dejó completamente paralizada a la joven Luján. Martina comprendió entonces que aquella frase corta era una advertencia y no un consejo.
No entendía por qué Eugenia justo tenía que querer separarlos, justo ahora, cuando la investigación de Curro había dado sus frutos, cuando todo aquello empezaba a tener algún sentido, cuando quizás, y solo quizás, las cosas podrían empezar a no ser de algún modo un juego sino todo lo contrario. La madre de Curro parecía jugar una partida diferente y la joven Luján solamente un peón en la pizarra de juego.
La decisión que Martina tomara no solo modificaría su relación con Curro, pues la decisión también podría trastocar la relación de toda la familia. Si obedecía impediría escuchar la voz de su corazón. Si ponía en cuestión lo que Eugenia proponía podría llegar a ocasionar una contingencia en el entorno familiar insoportable. Y mientras tanto, alguien en la zona de las sombras también estaba observando, aguardando el momento propicio, esperando su momento para atacar.
Martina, desesperada, se fue a buscar a Curro para ponerle al tanto de la cuestión. Él, mermado por su investigación, daba escaso crédito al asunto. «Mi madre siempre tiene sus motivos», dijo, sin darse cuenta de la tristeza que reflejaban los ojos de Martina, que, dolida, empezó a pensar que estaba abogando por un amor que no tenía defensor en él y cuya defensa valía la pena.
Eugenia, feliz con el movimiento que había ejecutado, no contaba con que Martina fuera a tener cómplices. Pía, al conocer la solicitud, se prestó a ayudarla. «No permitas que nadie lo decida por ti», advirtió. No obstante, la pregunta que yacía en el aire era clara: ¿qué guardaba Eugenia que resultaba tan peligroso como para alejar a Martina del hijo?
Por otra parte, en los pasillos del palacio, las voces corrían. Alguien había visto a Eugenia hablando, a espaldas del resto, con un extraño. Era parte de su jugada o había otro contendiente? Martina, decidida, continúa su propia investigación, hasta convertirse en la diana de fuerzas más oscuras.