Los Escarrer: del monaguillo amigo de Castro al heredero del imperio Meliá

La familia Escarrer no siempre fue millonaria. Hubo un tiempo no muy lejano en el que esta saga de origen balear no ocupaba los primeros puestos de la lista Forbes. Muchos de los que hoy en día se alojan en los hoteles Meliá seguramente desconozcan que la cadena no existiría si un párroco de una iglesia de Palma de Mallorca se hubiera negado a ser avalista de un joven monaguillo llamado Gabriel Escarrer Juliá. El hijo de aquel fundador, y que además es su tocayo, es ahora el primer ejecutivo de la compañía que lleva por bandera la marca España en los 35 países donde opera.

El patriarca del clan Escarrer nació en el municipio balear de Porreras un año antes de que comenzara la guerra civil, un enfrentamiento bélico que todavía hoy está de plena actualidad debido a la poca capacidad de inventar nuevos enemigos que tienen nuestros mediocres políticos. Fue criado en una familia humilde: un matrimonio con cuatro hijos que vivía gracias al trabajo que realizaba su padre en una empresa municipal dedicada a la gestión del agua, un empleo que le permitió sortear los peores años del franquismo sin que faltara un plato caliente en la mesa. De niño se le conocía como “el extranjerito” por su interés en estudiar idiomas sabedor de la importancia del don de lenguas y, además, porque parecía oriundo del norte de Europa por su característico pelo rubio.

A principios de la década de los cincuenta Gabriel Escarrer Juliá concluyó sus estudios de comercio, tarea que compaginaba con el trabajo en la agencia de viajes Wagons Lits Cook. Como relatan Sabrina Cohen y Paolo Ligammari en su libro Secretos de los súper ricos (Robinbook 2008) fue una etapa en la que el fundador de Meliá hizo todo tipo de labores, sumando un sin fin de horas extraordinarias (hasta 134 en un mes) mientras esperaba a los barcos que llegaban por la noche al puerto y así poder acompañar a los clientes a sus respectivos hoteles. Comenzaba a surgir el empresario visionario que, con los años, sería el principal accionista de Sol Meliá y un reconocido multimillonario.

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Después se marchó a Londres para completar su formación y, tras retornar a España, puso en marcha el hotel Altair cuando tenía poco más de 21 años. Fue en este proyecto de gestión en régimen de arrendamiento para el que necesitó la ayuda del párroco de la iglesia del barrio de Sor Armadans en la que antaño Gabriel había ejercido de monaguillo. Levantaba así la primera piedra de lo que posteriormente se conocería como Meliá Hotels International.

En aquel hotel Altair, Escarrer Juliá realizó todo tipo de tareas. Lo mismo atendía a los clientes en la recepción que hacía de relaciones públicas, pinche de cocina, agente comercial y, como no, director del negocio. En 1960 ya tenía tres establecimientos a su cargo que gestionaba con la inestimable ayuda de su esposa, Ana María.

Escarrer Juliá tuvo olfato y gran capacidad para capear la nefasta crisis del petróleo que se produjo en la década posterior, pocos años antes de que España iniciaría su camino a la democracia. Aprovechó la caída de Ruiz Mateos para incorporar a la firma familiar 30 hoteles de Hotasa y realizó su primera adquisición internacional, con la compra de un establecimiento en Bali. Una anécdota que ilustra hasta qué punto el fundador de Meliá sabía camelar a sus potenciales clientes fusionándose con el entorno es que contrató un hechicero para ahuyentar las lluvias si había que celebrar banquetes de boda en el hotel indonesio.

Su magnetismo le permitió llevar de la mano al dictador del país asiático –el infame Suharto– paseando a la orilla de la playa balinesa de Nusa Dua mientras le mostraba las bondades del recién inaugurado hotel. Y también le ayudó a hacerse amigo de Fidel Castro, con el que mantenía una gran relación que le resulto muy provechosa, ya que se convirtió en el presidente de la primera cadena no cubana que consiguió firmar un contrato con el régimen para montar un hotel en el país. Fue en la isla caribeña donde conoció a Juan Carlos I, a quien regaló el mítico yate Fortuna en colaboración con un grupo de empresarios agradecidos con las gestiones del entonces monarca. Y con ese mismo encanto convenció a Felipe González de que era el adecuado para gestionar los hoteles de la expropiada Rumasa por el ínclito Miguel Boyer.

Este campeón de las relaciones públicas y las estrategias comerciales pasó de botones a cartearse con líderes de medio mundo y aparecer en las portadas de la prensa económica a una velocidad de vértigo, creando un legado que ahora está en manos, principalmente, de su hijo Gabriel Escarrer Jaume que ha sido el designado por el fundador para llevar las riendas del grupo a pesar de no ser el primogénito. En una maniobra palaciega –que todavía no se ha aclarado con luz y taquígrafos– Gabriel le ganó la partida a su hermano Sebastián, una decisión que fue respaldada en el seno familiar dado el carácter serio y trabajador del designado, que como su padre ponía los cinco sentidos en el negocio hotelero y se desvivía por el. Sebastián se llevó un gran chasco y pasó a un segundo plano, sin entorpecer la labor del nuevo hereu.

Amigo de la denostada infanta Cristina y del condenado Iñaki Urdangarín, Escarrer hijo es un habitual de los círculos de poder mallorquines, aunque casi siempre está más en espíritu que en la carne porque se pasa la vida viajando. Como hacía su progenitor, le gusta visitar los hoteles de la cadena haciéndose pasar por un cliente normal –lo que ahora en el mundo del marketing se engloba en el concepto del mistery shopper– y es un adicto al trabajo. Su círculo cercano afirma que es muy apasionado y que pone mucha ilusión en lo que hace y, aunque es muy estricto con el orden –especialmente en las reuniones– también es un hombre dialogante. No es de los que toma decisiones unilaterales fácilmente.

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Cuando se le pregunta por referentes personales, el vicepresidente y CEO de Meliá destaca a Steve Jobs y a Mahatma Gandhi. Asegura ser feliz al lado de su esposa, María Belén Puerto, con quien pasó una luna de miel de ensueño recorriendo los hoteles de medio mundo (se llevó el trabajo literalmente hasta el lecho conyugal) y ejerce de padre llevando a sus hijos al colegio cuando está en Palma. Si tiene tiempo libre le gusta navegar –otro elemento heredado de su padre­– aunque le cuesta desconectar de las redes sociales, que analiza con dedicación sabiendo de su importancia para mantener el negocio a flote. Le preocupan las críticas negativas de los clientes y por eso liga una parte del sueldo de sus directivos de Meliá a conseguir que las experiencias hoteleras sean lo más satisfactorias posible.

El único borrón público de la familia Escarrer es su relación con los famosos Papeles de Panamá, unos documentos procedentes del despacho de abogados Mossack Fonseca que fueron publicados en España por el diario El Confidencial. En esos papeles aparecían los Escarrer con una red de sociedades pantalla empleadas para guardar una parte del patrimonio familiar en paraísos fiscales, mecanismo que estaba operativo desde 1985. Los portavoces oficiales de Meliá dijeron al ser descubiertos que en el año 2012 la familia se había beneficiado de la amnistía fiscal del Gobierno de Mariano Rajoy “para poner orden en su situación fiscal y patrimonial”. Según Forbes la fortuna del fundador roza los 1.000 millones de dólares.

El principal reto del actual vicepresidente y CEO de Meliá es salvaguardar el legado de su padre, tarea para la cual está más que preparado teniendo en cuenta que combina su trayectoria como hotelero con una formación financiera en ESADE que le llevó a trabajar en el banco de inversión Salomon Smith Barney de Nueva York (EEUU) durante tres intensos años y que le sirvió para pilotar la salida a Bolsa de la empresa familiar a finales del pasado siglo. En manos de este hombre enérgico y amante de la innovación está el futuro de Meliá, una de las grandes empresas españolas que trabaja para mantenerse como referente internacional. De momento lo está consiguiendo.