La farsa de Fitur: una feria de cuestionable rentabilidad

Estar o no estar. Esa es la cuestión que muchas empresas u oficinas de turismo se plantean con la celebración de grandes eventos internacionales como Fitur. Una feria en la que los políticos se dan baños de masas, pero que también tiene su lado más oscuro. Imágenes distorsionadas de los destinos, casos de corrupción, gastos desorbitados en fiestas y stands desolados por el público. ¿Realmente es rentable estar presente en esta feria turística?

Fitur es un escaparate mundial del turismo internacional. Es la mayor feria de este sector. Los datos así lo avalan: prevé recibir este año más de 250.000 visitantes, una cifra por encima de los 244.972 asistentes, incluidos 135.838 profesionales, de 2017. Con ello se vaticina un importante movimiento de personas que recibirá Madrid entre el 17 y 21 de enero. Algo que generará un impacto económico estimado en 260 millones de euros.

Pero con estas cifras, ¿por qué países como Francia, EEUU y Alemania no tienen su propio stand? Es decir, no tienen representación oficial. Si es cierto que turoperadores de estos países están en la feria. En el caso de Francia y EEUU estamos hablando de la primera y tercera potencia turística a nivel mundial, respectivamente.

Países como Francia y Alemania no tienen su propio stand, algo que no repercute en sus datos turísticos

Estos dos países son un claro ejemplo de que no estar en Fitur no repercute de forma negativa en número de turistas, ni en el gasto que realizan estos. De igual forma, estar en Fitur no es sinónimo de atraer más turistas. Al final se trata de estar por estar, de mantener una imagen de potencia turística. La feria, en realidad, no está destinada al público final, sino a intermediarios como agencias y turoperadores que podrían vender un destino.

Un caso curioso es el de Siria, que por primera vez participará en el evento turístico. ¿Qué puede aportar a Siria esta feria? Su presencia no despertaría ningún tipo de asombro si no fuera por el hecho de que se trata de un país asolado por la guerra. ¿Su objetivo es atraer turismo? No, nunca ha sido una potencia turística, como Túnez o Turquía que buscan recuperar todo lo perdido. Entonces, ¿qué pinta Siria? Probablemente solo pretenda dar la apariencia de normalidad ante las miradas de medio mundo.

Una normalidad de la que en España no hacemos gala. Como Fitur es escaparate mundial, parece que cualquier cosa vale con tal de llamar la atención. O eso debió de pensar Turismo de Gandia en la edición de 2014. En ella, dos azafatas promocionaron una discoteca de Gandía con ajustados monos de color rosa. Como reclamo su cuerpo, algo que incendió de críticas las redes sociales.

No es el único ejemplo, aunque sí el más mediático. Durante varios años, el stand de Melilla ha exhibido a una pareja de jóvenes en bañador como reclamo de sus playas. Bastante cuestionable la forma de llamar la atención. Y muy parecida a la exhibición de miss Venezuela de cada edición.

¿Es rentable participar en Fitur?

La rentabilidad en términos económicos es quizás la parte más sensible de la feria. Esta edición supera las 10.000 empresas participantes de 165 países y regiones, elevándose la cifra de expositores titulares a 816, lo que representa un crecimiento global del 8%. Solo durante los años de la crisis económica estas cifras dejaron de crecer.

Tener stand no es gratis. Se paga a 135 euros el metro cuadrado y a 67,5 euros si es en una segunda planta. A estos se suman gastos obligatorios, como 100 euros de seguros o 3,84 euros de consumo mínimo de energía por cada metro cuadrado.

Por ejemplo, contratar suelo más stand de 16 metros cuadrados –superficie mínima de contratación– con servicios adicionales y obligatorios ronda un coste de 3.500 euros. Esto es el mínimo, donde no se incluyen gastos de luz, montaje, trabajadores y desplazamientos, entre otros. Tampoco se tienen en cuenta los gastos en fiestas, cócteles, comidas, sorteos de viajes y derroches varios que llevan a cabo la mayoría de oficinas de turismo. Una factura desorbitada si durante cinco días se repite el despilfarro.

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Porque tampoco hay que engañarse. Las grandes empresas –públicas o privadas– o potencias como Portugal y México no tienen un simple stand de 16 metros cuadrados ni escatiman en gastos. Cuanto más grande el espacio y más llamativa sea la decoración, mejor para llamar la atención. Además, en el caso de las compañías es una cuestión de sacar pecho. Si NH Hoteles y Meliá tienen una fuerte presencia, Barceló no puede permitirse el lujo de no estar.

Y una vez que cada uno tiene su chiringuito montado, ¿es rentable para La Rioja estar durante cinco días descorchando botellas de vino? O lo mismo en Asturias, pero con sidra.¿Qué saca Eslovaquia o Grecia de los sorteos de viajes? Por no hablar de la presencia de empresas públicas como Adif. Una compañía dedicada a la construcción de líneas de ferrocarril a la que no le hace falta estar en estos eventos.

Y en el caso pueblos más pequeños como Jadraque (Guadalajara) que buscan hacerse un hueco entre miles de destinos, ¿merece la pena gastar dinero en imprimir cientos de folletos que en el mejor de los casos acabarán siendo devueltos? Cuestionable o no, acudir a una feria bajo el paraguas de Turismo de Castilla La Mancha es una de las pocas formas de darse a conocer, aunque pierdan dinero por ello.

En esta edición la feria ocupa 65.500 metros cuadrados (un 4% más). En totalidad, el suelo tiene un precio de más de 8,8 millones de euros, aunque la cifra es superior por las segundas plantas. De ellos, Andalucía paga un alto coste pues ocupa todo un pabellón. Un despliegue de medios de sus ocho provincias que repite año tras año. Otras comunidades de tamaño parecido, como Castilla y León, son mucho más recatadas.

Y aquí, de nuevo, la rentabilidad solo es válida en términos de imagen. Desde el punto de vista económico no hay un retorno de inversión cuantificable. O, por lo menos, lo suficientemente provechoso para una empresa o país. España solo gana turistas procedentes de Fitur en las fechas de su celebración. Y a pesar de ello, estar o no estar sigue siendo cuestionable para pocos. Siria, Adif o el lugar más recóndito del mundo estarán, sin obtener beneficio económico por ello.

Todo gratis

Los cinco días que dura la feria se dividen en dos tramos: las tres primeras jornadas son para profesionales del sector, mientras que el fin de semana se centra en el público general. Y en esta segunda parte del evento es donde florece otra de las imágenes más bochornosas: la del gorroneo. Porque Fitur tiene fama de ser un lugar al que acudir para llevarte cualquier cosa a casa. Bolígrafos, calendarios o cualquier tipo de merchandising.

Si hay un caso famoso en la feria ese es el de los paraguas de Galicia. Tan solo unos segundos es lo que el carrito de paraguas duró. Un lamentable espectáculo en el que el ser humano muestra su peor cara: la de la avaricia. Y todo ello porque Fitur es sinónimo de gratis. Una mancha en el expediente muy difícil de borrar.

El pasado año, el stand de Grecia fue abandonado a su suerte durante los dos últimos días. Resultado: un espacio desolado y asaltado por el público. No quedó nada. Esa práctica cada vez más es repetida por oficinas de turismo pese a que la organización de Fitur podría sancionar estos hechos, tal y como anunciaron en la rueda de prensa de presentación de la nueva edición. De hecho, si nadie lo impide, imágenes de este tipo se repitarán.

Fitur, sinónimo de corrupción 

Por desgracia, esta feria está muy politizada. Motivo por el cual está relacionada con algunos casos de corrupción. A los cabecillas de la trama Gürtel –Francisco Correa, Pablo Crespo y Álvaro Pérez–, y a la exconsellera de Turismo Milagrosa Martínez se les condenó por amañar los contratos de los gobiernos de Francisco Camps para el pabellón valenciano en Fitur entre 2005 y 2009.

Y ahora, otro caso Fitur ha saltado a la palestra. Compromís ha denunciado ante corrupción las irregularidades en los contratos por un valor de 3,2 millones de euros establecidos entre 2004 y 2009 por la Diputación de Alicante, entonces presidida por José Joaquín Ripoll, para el montaje del pabellón promocional del Patronato de Turismo Costa Blanca en la feria turística.

Así, cada año Fitur muestra dos caras. Una es la más amable, la del turismo y conocimiento de otras culturas. La otra, la más oscura. La de los gastos desorbitados, imágenes desdibujadas de los destinos y la escasa rentabilidad.