Hay molestias que uno intenta ignorar. La picazón suele ser una de ellas. Te rascas, pasa un rato… y sigues con tu vida. Pero cuando ese picor vuelve una y otra vez, sin motivo claro, en el mismo sitio o cada noche a la misma hora, quizá no sea solo cosa de la piel. A veces es el cuerpo levantando la mano y pidiendo que le prestemos atención.
Es fácil pensar en sequedad, alergias o una crema que no va bien. Y muchas veces es así. Pero otras no. La piel no vive aislada: está conectada con los nervios, la circulación, el hígado, los riñones. Es, en cierto modo, un escaparate de lo que pasa por dentro. Saber leer esas señales puede ahorrarnos tiempo, preocupación y problemas mayores.
Cuando el estrés se rasca en la nuca

La nuca y la parte alta de la espalda son zonas especialmente sensibles al estrés. No es casualidad. Cuando vivimos en tensión constante, el cuerpo libera cortisol, y esa hormona, además de alterar el sueño o el ánimo, vuelve la piel más reactiva, más irritable.
A mí misma me ha pasado en épocas de mucho trabajo: picor, descamación, esa sensación molesta que aparece justo cuando intentas relajarte. El estrés también favorece la acumulación de grasa en esta zona, lo que puede alimentar hongos y empeorar problemas como la caspa, la dermatitis o la psoriasis.
¿Qué ayuda aquí? Cosas sencillas, pero constantes. Respirar más despacio, estirar cuello y hombros, bajar revoluciones aunque sea diez minutos al día. Y en lo práctico, usar productos suaves, con ingredientes naturales como romero o aceite de coco, que calmen sin agredir.
Piernas que pican al final del día

Si el picor aparece sobre todo en piernas, pantorrillas o tobillos, especialmente por la tarde o la noche, conviene mirar más allá de la piel. La circulación y el azúcar en sangre suelen estar detrás.
En la insuficiencia venosa, la sangre no regresa bien al corazón y se queda “estancada”. Eso provoca hinchazón, pesadez y una picazón intensa que empeora con las horas. En la diabetes, el exceso de glucosa daña vasos y nervios, dejando una piel seca, frágil, con hormigueos o pinchazos.
Aquí los cuidados diarios marcan la diferencia. Elevar las piernas, hidratar bien la piel con cremas que reparen de verdad y, algo importante, no rascarse con fuerza. Las pequeñas heridas, sobre todo en personas con problemas metabólicos, tardan mucho en curar y pueden complicarse.
Palmas y plantas: el aviso del hígado

El picor en palmas de las manos y plantas de los pies tiene fama de ser incómodo. Y con razón. Suele empeorar por la noche y no se alivia fácilmente. Este patrón es un aviso clásico de que el hígado puede estar sobrecargado.
Cuando el hígado no filtra bien, ciertas sustancias pasan a la sangre y llegan a las terminaciones nerviosas de estas zonas, provocando ardor o cosquilleo. Si además aparecen signos como piel u ojos amarillentos, orina oscura o cansancio extremo, no conviene esperar. Una analítica o una ecografía pueden aclarar mucho.
Cuando todo el cuerpo pica
La picazón generalizada, de pies a cabeza, es la señal más clara de que algo sistémico está ocurriendo. En problemas renales, por ejemplo, las toxinas no se eliminan bien y acaban irritando la piel de forma global. En casos menos frecuentes, también puede relacionarse con alteraciones de la sangre, sobre todo si se acompaña de moratones sin causa o sudores nocturnos.
Por eso, cuidar la piel no va solo de cremas. Va de hábitos. Menos azúcar, menos alcohol, menos ultraprocesados. Beber agua suficiente. Evitar duchas muy calientes y jabones agresivos, especialmente en personas mayores, cuya piel es más fina y vulnerable.









