Los pescados que eliges hoy influyen más de lo que crees en cómo envejeces mañana. Los pescados que eliges hoy influyen más de lo que crees en cómo envejeces mañana. Cumplir años no es el problema. El problema es no adaptar lo que hacemos —y lo que comemos— a ese nuevo momento del cuerpo. Con el paso del tiempo, los mecanismos de limpieza interna se vuelven un poco más lentos, la inflamación aparece con más facilidad y órganos clave como el cerebro, el corazón o las articulaciones empiezan a reaccionar antes a lo que ponemos en el plato.
Y aquí viene la sorpresa. Algo tan asociado a lo “saludable” como el pescado puede jugar a favor… o en contra, dependiendo de cuál elijamos. No todo vale. No todo suma.
No todo el pescado es buena idea (aunque lo parezca)

Durante años nos han repetido que comer pescado es siempre una buena decisión. Y, en general, lo es. Pero cuando se mira con lupa —especialmente a partir de los 60— aparecen matices importantes.
Por ejemplo, el bagre importado suele ser barato y fácil de encontrar, pero muchas veces procede de granjas con controles muy laxos. Peces criados en aguas sucias, tratados con antibióticos y productos químicos que acaban acumulándose en su carne. Nutricionalmente aporta poco y, a cambio, puede cargar al organismo con metales pesados como plomo o mercurio. Un mal negocio.
El atún, sobre todo el de gran tamaño (albacore, patudo, aleta amarilla), es otro caso engañoso. Su contenido en mercurio es elevado y ese metal no se elimina fácilmente del cuerpo. En personas mayores puede provocar síntomas inquietantes: problemas de memoria, confusión mental, temblores. Incluso se ha relacionado con alteraciones del ritmo cardíaco. No es para consumir a menudo.

La caballa real ocupa un lugar alto en la cadena alimentaria marina, lo que la convierte en un auténtico imán para el mercurio. En personas con hipertensión o problemas cardíacos, su consumo frecuente supone un riesgo añadido que conviene evitar.
Y luego está la tilapia de cultivo, a la que muchos expertos llaman sin rodeos “la comida rápida del mar”. Criada con piensos artificiales, tiene un perfil graso muy inflamatorio, incluso peor que algunos ultraprocesados. Además, puede contener dioxinas, sustancias nada amigas de la salud a largo plazo.
Los pescados que sí cuidan el cuerpo con los años

La buena noticia es que hay opciones excelentes. Pescados que no solo alimentan, sino que protegen y acompañan el envejecimiento.
El bacalao del Pacífico silvestre es uno de ellos. Rico en proteína de alta calidad, ayuda a frenar la pérdida de masa muscular tan común con la edad. Aporta selenio, vitamina B12 y fósforo, y tiene un contenido muy bajo en mercurio. Sencillo, limpio y eficaz.
Las sardinas son pequeñas, humildes… y poderosas. Ricas en omega-3, ayudan a desinflamar arterias y articulaciones. Al ser peces pequeños, apenas acumulan mercurio. Y sus espinas blandas aportan calcio y vitamina D, justo lo que los huesos agradecen con los años.
El salmón salvaje de Alaska es casi un aliado neurológico. Sus grasas EPA y DHA forman parte de la estructura del cerebro y se asocian a una mejor memoria. Además, contiene astaxantina, un antioxidante que protege la piel, la vista y el sistema inmunitario. No es solo comer pescado: es nutrir el sistema nervioso.
La trucha arcoíris, criada en aguas limpias, es otra gran opción. Fácil de digerir, rica en omega-3, potasio, hierro y vitamina E. Suave para el estómago y amable con el cuerpo, algo que se agradece mucho con el paso del tiempo.









