miércoles, 31 diciembre 2025

Mariana Enriquez (52), escritora: “A la literatura le da miedo volverse cursi cuando habla de enfermedad, pero ese miedo la empobrece”

Mariana Enríquez cuestiona el pudor de la literatura frente a la enfermedad. Al evitar el cuerpo por miedo a la cursilería, sostiene, la narrativa se empobrece y renuncia a explorar una de las experiencias humanas más universales.

En un tiempo dominado por la inmediatez y los algoritmos, Mariana Enríquez, autora de ‘Los peligros de fumar en la cama’ y ‘Un lugar soleado para gente sombría’, vuelve a poner en el centro una pregunta incómoda: qué lugar ocupa hoy la literatura cuando se atreve a mirar el cuerpo, la enfermedad y la fragilidad.

Su respuesta no es teórica, sino vital, anclada en la experiencia de leer y escribir. Lejos de la pose intelectual, la autora propone una defensa apasionada de la literatura como ejercicio de trabajo, disciplina y descubrimiento. Una práctica que incomoda, pero que amplía el mundo.

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Leer por trabajo: una forma de ir contra el propio algoritmo

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Mariana Enríquez cuenta que actualmente lee fragmentos de A pedazos, de Hanif Kureishi, un libro atravesado por el accidente que dejó al autor cuadripléjico. No llegó a ese texto por placer inmediato, sino por trabajo. Y ahí aparece una de sus ideas centrales: la literatura leída con una finalidad profesional no es una lectura menor, sino una oportunidad. La literatura, explica, exige detenerse, hacer un esfuerzo consciente y salir de los recorridos habituales.

Leer por trabajo obliga a romper con el algoritmo interno que todos tenemos. Ese que nos empuja siempre hacia los mismos temas, estilos y obsesiones. En ese desvío, sostiene Enríquez, la literatura revela zonas inesperadas. Autores desconocidos, narrativas nuevas, preguntas que no estaban en el plan original. La literatura, en ese sentido, funciona como una herramienta de ampliación del horizonte personal.

En ese recorrido, la escritora reconoce un interés creciente por los libros que abordan el cuerpo desde la falla, la limitación o la enfermedad. Textos donde la literatura deja de ser una abstracción y se vuelve materia viva. Para Enríquez, ahí hay una deuda histórica: la literatura ha preferido durante décadas lo cerebral, lo elevado, dejando de lado aquello que atraviesa a todos los seres humanos.

El cuerpo, la enfermedad y los prejuicios de la literatura

El cuerpo, la enfermedad y los prejuicios de la literatura
Fuente: Freepik

Según la autora, el escaso lugar que ocupa la enfermedad en la literatura no es casual. Responde a una mirada elitista que concibe la literatura como algo separado de la carne. La literatura, dice Enríquez, le teme a volverse cursi, sentimental o moralizante cuando aborda estos temas. Ese temor termina empobreciéndola.

La comparación con las escenas de sexo no es casual. En ambos casos, la literatura ha construido un prejuicio: mejor no escribir sobre eso. No por lo vulgar, sino por el riesgo de no estar a la altura. Sin embargo, cuando ese límite se rompe —como ocurrió con la narrativa surgida durante la pandemia del sida— la literatura se vuelve salvaje, política y profundamente renovadora.

Mariana Enríquez vincula esta mirada con su propia formación como lectora. Creció en una casa de clase media, rodeada de bibliotecas familiares armadas sin solemnidad. Libros accesibles, colecciones compradas casi por inercia, una literatura al alcance de la mano. Esa experiencia temprana consolidó una relación con la literatura desprovista de reverencia excesiva, pero cargada de curiosidad.

Publicar su primera novela a los 21 años le generó una sensación de inseguridad profunda. Sentía que no había leído lo suficiente. A partir de ahí, construyó una ética de lectura basada en la persistencia. Volver a los textos, insistir, aceptar que la literatura también cambia cuando cambia el lector. Que un libro rechazado hoy puede volverse fundamental mañana.

Para Enríquez, despreciar lo que lee la gente es una forma de despreciar a la gente misma. La literatura, afirma, no puede darse ese lujo. Entender qué conmueve a los lectores, incluso a los más jóvenes que hoy se acercan masivamente a su obra, es parte del trabajo cultural. La literatura sigue viva cuando se anima a mirar de frente aquello que incomoda. Y el cuerpo, con toda su fragilidad, sigue siendo uno de sus territorios más honestos.


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