La renovación del permiso de conducir se ha convertido en el trámite más temido para los conductores veteranos, que ven cómo la administración endurece los criterios para mantener la licencia.
Lejos de ser un simple trámite burocrático, la nueva realidad impone una vigilancia férrea sobre la salud: plazos de renovación más cortos y, sobre todo, un examen médico que dejará de ser un «mero formalismo» para convertirse en la verdadera prueba de fuego que muchos no podrán superar en 2026.
Carnet: ¿Renovación automática o el fin de una era?
A todos nos gusta pensar que conservamos los reflejos de los treinta años, pero la carretera es un juez implacable que no admite apelaciones ni nostalgias. La Dirección General de Tráfico ha decidido poner fin al carnet de conducir entendido como un derecho vitalicio, transformándolo en un privilegio que debe revalidarse con lupa a partir de la edad de jubilación. Y es que, aunque nos cueste admitirlo en las sobremesas, la seguridad vial depende más de nuestras dioptrías y nuestra capacidad de reacción que de los años que llevamos al volante sin dar un parte al seguro.
El cambio de paradigma es total y llega impulsado por una realidad demográfica que ya no podemos ignorar: cada vez hay más conductores longevos en nuestras carreteras. La administración sabe que el envejecimiento del parque de conductores es un desafío, y por eso ha decidido intervenir antes de que las cifras de siniestralidad obliguen a tomar medidas drásticas. Ya no basta con pagar la tasa y hacerse la foto; ahora hay que demostrar, con papeles médicos en la mano, que seguimos siendo aptos para manejar una máquina de tonelada y media a 120 kilómetros por hora.
La prueba médica: mucho más que leer letras
Olvídese de aquel reconocimiento médico rutinario donde apenas le miraban la tensión y le hacían adivinar cuatro letras en un cartel mal iluminado. A partir de ahora, el «psicotécnico» se convierte en una verdadera auditoría de salud donde se mirará con lupa la agudeza visual, la capacidad auditiva y, muy especialmente, el estado cognitivo del aspirante a la renovación. Lo cierto es que muchas patologías antes ignoradas ahora son motivo de exclusión, desde una diabetes mal controlada hasta los primeros indicios de deterioro cognitivo que suelen pasar desapercibidos en el entorno familiar.
El protocolo médico se ha blindado para detectar cualquier merma física que pueda suponer un peligro real en la carretera, eliminando la «manga ancha» que existía en algunos centros de reconocimiento. Los facultativos tienen ahora la responsabilidad legal —y la presión de la DGT— de no firmar el apto si existen dudas razonables, lo que derivará en muchos casos en renovaciones condicionadas o directamente denegadas. No se trata de un examen de conducir teórico ni práctico, sino de un filtro sanitario que actuará como la verdadera barrera de entrada para seguir conduciendo en 2026.
El baile de fechas: cada dos o cinco años
La letra pequeña de la normativa trae consigo una reducción drástica de los tiempos de vigencia del permiso, acabando con esos largos periodos de olvido administrativo. La regla general establece que los mayores de 65 años deberán renovar su permiso cada cinco años como máximo, pero la realidad es que los plazos se acortan drásticamente a medida que soplamos más velas o si nuestro historial médico presenta alguna «tacha». Para los mayores de 70 años, la visita a Tráfico será una cita obligada cada dos años, convirtiendo la renovación en una rutina casi tan frecuente como la ITV del coche.
Pero ojo, porque estos plazos son solo los máximos permitidos y el médico tiene la potestad de recortarlos aún más si lo considera necesario por nuestra salud. Es muy probable que muchos conductores salgan de la consulta con renovaciones anuales, obligándoles a pasar revisión cada doce meses para monitorizar enfermedades progresivas o degenerativas. Esta medida busca asegurar que nadie circule durante años con una capacidad visual o motora que se ha deteriorado gravemente desde la última vez que renovó sus papeles.
La difícil charla familiar: papá, deja el coche
Más allá de la burocracia y las tasas, esta normativa pone sobre la mesa un drama doméstico que miles de familias españolas tendrán que gestionar en la intimidad de sus hogares. Enfrentarse al momento en que un padre o un abuelo debe dejar de conducir es doloroso, pues el coche simboliza para ellos la última frontera de su independencia y autonomía personal. Sin embargo, la seguridad de todos debe prevalecer sobre el orgullo individual, y estas nuevas pruebas médicas servirán a menudo como la excusa perfecta y objetiva que necesitan los hijos para convencer a sus padres de que ha llegado el momento de soltar el volante.
La DGT ofrece, no obstante, una vía intermedia para no cortar las alas de golpe: las restricciones personalizadas a través de códigos en el carnet. Es posible que el médico no le retire el permiso, pero sí le imponga limitaciones como conducir solo de día, no superar un radio de 20 kilómetros desde su casa o evitar autopistas. De esta forma, se permite mantener cierta movilidad para recados básicos, reduciendo el riesgo de accidentes graves y suavizando el traumático paso a la vida de peatón.










