Durante mucho tiempo, los servicios de inteligencia estuvieron envueltos en un halo de misterio alimentado por el cine y las series. Espías impecables, operaciones quirúrgicas y tecnología casi sobrenatural forman parte del imaginario colectivo. Sin embargo, la realidad es mucho más amplia, silenciosa y cotidiana.
Así lo explica Pedro Baños, coronel del Ejército de Tierra español y analista geopolítico, quien invita a mirar el mundo de la inteligencia desde un lugar menos espectacular y mucho más inquietante: el de la vida diaria y el uso constante del móvil.
La inteligencia no es solo espionaje, es análisis y datos
Baños insiste en que reducir los servicios de inteligencia a la figura del espía infiltrado es un error. Esa es apenas una de sus múltiples funciones. La llamada inteligencia humana convive hoy con la inteligencia electrónica, la de señales, la satelital y, cada vez con más peso, la obtenida a partir de fuentes abiertas como internet, redes sociales y plataformas digitales.
En ese entramado, el papel de los analistas resulta clave. No se trata solo de recolectar información, sino de interpretarla, cruzarla y convertirla en conocimiento útil. Detrás de cada operación hay equipos directivos, técnicos, operativos y expertos en tecnología. Un sistema amplio, complejo y altamente especializado.
En ese contexto, el móvil se ha transformado en una de las mayores fuentes de información jamás creadas. No porque alguien hable por él, sino porque lo acompaña a todas partes. Cada vez que se enciende un móvil, se generan datos. Y también metadatos: información sobre horarios, ubicaciones, contactos, rutinas y hábitos. Incluso cuando no se dice nada.
Baños lo resume con una frase inquietante: cuando no das información, también estás dando información. Apagar el móvil antes de una reunión, por ejemplo, puede indicar confidencialidad. Ese gesto, aparentemente inocente, ya es un dato.
El móvil como retrato íntimo de una persona

La precisión que permite el análisis de datos es, según Baños, total. A través del móvil se puede conocer el estatus social, la solvencia económica, el entorno personal y hasta el nivel cultural de una persona. Qué compra, con quién se relaciona, dónde vive, qué lee y qué consume en plataformas audiovisuales. Todo deja rastro.
El móvil acompaña incluso en los momentos más íntimos. Permite inferir horarios de sueño, lugares habituales de descanso y si una persona duerme sola o acompañada. Dos móviles juntos durante la noche cuentan una historia sin necesidad de palabras.
Esta capacidad de análisis ya se utiliza, entre otros ámbitos, en la política. Hoy es posible anticipar con gran exactitud a quién votará una persona, incluso cuando ella misma aún duda. El marketing político no apunta a convencer a todos, sino a detectar a los indecisos y actuar sobre ellos. El móvil vuelve a ser la pieza central.
A este escenario se suma el desarrollo de programas espía capaces de acceder a un dispositivo sin que el usuario haga nada. Ni enlaces, ni descargas, ni errores. Basta un número de teléfono. Por eso, advierte Baños, da igual qué aplicación se use si el móvil está comprometido: la voz puede ser grabada igual.
La imposibilidad de retirar la batería, algo habitual en el pasado, refuerza esta vulnerabilidad. De ahí el uso de cajas de Faraday, fundas diseñadas para aislar completamente el móvil e impedir cualquier tipo de señal. Una práctica que, aunque suene extrema, refleja hasta qué punto la tecnología ha cambiado las reglas del juego.









