A veces no enferma el cuerpo, enferma la vida que llevamos dentro. José María Sánchez Navarro lleva más de treinta años acompañando a personas en procesos de salud integrativa y, si hay algo que tiene claro, es que no somos un cuerpo con averías, sino una historia viva que a veces se desajusta. Su mirada —crítica, sí, pero también profundamente compasiva— cuestiona la forma en la que solemos entender la enfermedad y propone algo menos inmediato y más incómodo: mirar hacia dentro.
Para él, reducir la salud a un síntoma físico es quedarse en la superficie. La salud real nace del equilibrio entre cuerpo, emociones y mundo interior. Cuando ese equilibrio se rompe, el cuerpo no “falla”, avisa. Y lo hace como puede.
No es enfermedad, es desequilibrio

Desde la medicina natural, Sánchez Navarro huye de la palabra enfermedad. No porque niegue el sufrimiento, sino porque cree que el término se queda corto. “En naturopatía no hablamos de enfermedad, hablamos de desequilibrio”, explica. Dicho así, todo cambia un poco.
Los síntomas dejan de ser enemigos a los que hay que silenciar y pasan a ser señales. Mensajes. Una forma del cuerpo de decir que algo no encaja por dentro. Ese desajuste, según su experiencia, suele aparecer cuando el ego —obsesionado con controlar, rendir, sobrevivir o alcanzar objetivos— entra en conflicto con lo que él llama el propósito del alma: vivir, amar, experimentar con libertad. “Cuando nos desequilibramos es porque una parte de ti quiere ir por un lado y otra por otro”, resume. Y cualquiera que se haya sentido dividido por dentro sabe exactamente a qué se refiere.
La célula no está rota, está bloqueada

Uno de los pilares de su enfoque es confiar en la capacidad interna del cuerpo para recuperarse. Sánchez Navarro defiende que cada célula guarda una inteligencia ancestral, una memoria biológica acumulada durante millones de años de evolución y almacenada en el ADN. No es poesía. Es biología.
Según explica, el cuerpo sabe cómo sanar, pero muchas veces no puede hacerlo porque está bloqueado por inflamación crónica, toxicidad, estrés constante o una vida vivida en tensión. “Tenemos la capacidad de resolver desde dentro, no desde fuera”, insiste. No se trata de rechazar la medicina convencional, sino de dejar de depender exclusivamente de soluciones externas sin revisar los hábitos, la alimentación o la forma de vivir.
Cuando lo que no se dice enferma

Aquí aparece uno de los puntos más delicados —y más humanos— de su discurso: el trauma emocional no resuelto. Inspirado en las investigaciones de Ryke Geerd Hamer, Sánchez Navarro sostiene que muchas enfermedades graves tienen su raíz en impactos emocionales vividos en silencio, sin apoyo, sin palabras. “Antes de que se desarrolle un cáncer, suele haber un trauma vivido en soledad”, afirma.
No es una acusación. Es una observación clínica. Emociones reprimidas durante años generan un estrés constante, elevan el cortisol y terminan desajustando los sistemas nervioso, endocrino e inmunológico. El cuerpo, otra vez, responde como puede.
Por eso propone un cambio de mirada clave: sustituir la culpa por responsabilidad. “Somos responsables de nuestra vida y eso no es culpa”, aclara. No se trata de castigarse, sino de recuperar margen de acción. Hablar de lo que duele, sacar a la luz la sombra inconsciente, reconciliarse con la propia historia —y también con la familiar— se convierten en actos profundamente terapéuticos.
Ni dogmas ni milagros: flexibilidad para vivir
Sánchez Navarro no rechaza la ciencia, pero sí cuestiona sus límites actuales. Denuncia que muchos tratamientos naturales no se investigan a fondo no por falta de resultados, sino porque no son rentables. “La madre de la ciencia es la experiencia”, recuerda, señalando casos como la vitamina D o el hipérico, con efectos demostrados y poco respaldo económico.
También defiende la homeopatía desde un lugar poco habitual: no como sustancia, sino como información. Una señal que ayuda a la célula a recordar cómo funcionar. Puede sonar extraño, lo sabe. Pero insiste: la experiencia clínica merece, al menos, ser escuchada.









