domingo, 28 diciembre 2025

Iñaki Piñuel (60), psicólogo: “Para muchas personas de familias disfuncionales, la Navidad no es una fiesta, es una tortura psicológica”

- Cuando la Navidad deja de ser refugio y se convierte en una prueba emocional.

Para mucha gente, la Navidad huele a comida caliente, a risas alrededor de una mesa y a recuerdos compartidos. Pero no para todos. Para algunas personas, estas fechas son más bien un campo minado emocional, una época que hay que sobrevivir más que celebrar. El psicólogo y escritor Iñaki Piñuel pone nombre a esta vivencia y la llama Navidad Zero: ese momento del año en el que la presión social obliga a volver a casas que nunca fueron refugio y a representar una felicidad que no existe.

No es falta de espíritu navideño. Es memoria emocional.

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El apego roto y el “niño perdido”

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No todas las familias son un lugar seguro. Fuente: Canva

Piñuel sitúa el origen de este dolor mucho antes de las cenas familiares. Empieza en la infancia, cuando el sistema de apego —ese mecanismo biológico que nos empuja a buscar cuidado y protección— falla. “Venimos al mundo esperando ser atendidos y protegidos por nuestros progenitores”, explica. Cuando eso no ocurre, cuando hay negligencia, abuso o indiferencia, el niño crece sin una base segura. Y así nace lo que él llama un niño perdido.

Ese vacío no desaparece con los años. Se disfraza. Se adapta. Pero sigue ahí. En la vida adulta, esa herida temprana suele traducirse en una mayor vulnerabilidad emocional. Personas que toleran lo intolerable, que esperan migajas de afecto o que vuelven, una y otra vez, a vínculos dañinos. Porque lo conocido, aunque duela, a veces parece más seguro que lo desconocido.

La trampa emocional de las fiestas

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Poner límites también es una forma de cuidarse. Fuente: Canva

La Navidad añade una capa extra de dificultad. Todo a nuestro alrededor repite el mismo mensaje: la familia es sagrada, hay que perdonar, hay que reunirse. Y ahí aparece el choque. La realidad personal contra el ideal colectivo. Piñuel habla de una auténtica “programación social” que empuja a las víctimas a minimizar lo vivido, a callar, a mirar hacia otro lado. “Tener que disimular y pasar por encima de tantas vivencias supone una verdadera tortura”, afirma.

La ira que no se permite sentir no desaparece. Se queda dentro. Y el cuerpo, que tiene mejor memoria que la mente, acaba pasándole factura en forma de síntomas físicos o emocionales. No es raro que los reencuentros navideños terminen en discusiones, estallidos de tensión o incluso violencia. Cada cena se convierte en una pequeña reescenificación del trauma.

La esperanza que ata… y cómo soltarse

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El cuerpo recuerda lo que la mente intenta olvidar. Fuente: Canva

¿Por qué volver entonces? ¿Por qué insistir? Piñuel lo explica sin rodeos: por la esperanza de que, esta vez sí, algo cambie. Que los padres entiendan. Que pidan perdón. Que se transformen. Pero aquí es tajante. Las personalidades narcisistas o psicopáticas no cambian, porque no quieren ni pueden. Esperar ese giro, dice, “es como intentar hacerle cirugía estética a un cocodrilo: ni se deja ni quiere, y quien lo intenta suele salir herido”.

La salida no está en cambiar al otro, sino en cambiar la relación con uno mismo. Piñuel propone un proceso de adopción interior: el adulto de hoy decide cuidar, proteger y validar a ese niño que no fue protegido. Convertirse en el propio padre o madre interno no es una metáfora bonita, es una forma muy concreta de generar seguridad emocional desde dentro. Y cuando esa seguridad existe, las manipulaciones externas pierden fuerza.

En muchos casos, el paso necesario es el contacto cero. No como castigo, ni como venganza, sino como medida de protección. “El contacto cero evita que el abuso se reproduzca”, explica Piñuel. A veces, alejarse es la única manera de sanar.

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