domingo, 28 diciembre 2025

Dra. Laura Álvarez (37), pediatra: “Los primeros 1.000 días de vida son un periodo crítico en el que podemos influir en la salud de una persona para toda la vida”

- La alimentación en el primer año construye la base de la salud futura del bebé.

La forma de alimentarnos al inicio marca la vida que viene después. Quien ha criado a un bebé lo sabe: al principio todo gira en torno a comer. ¿Cuánto ha tomado? ¿Cada cuánto? ¿Será suficiente? Pero más allá de la cantidad, la alimentación en el primer año es una especie de mensaje silencioso que el cuerpo recibe y guarda. No solo habla del presente, también del futuro. De cómo crecerá, de cómo enfermará… o de cómo se protegerá.

La pediatra especializada en gastroenterología y nutrición infantil Laura Álvarez lo explica con calma y mucha claridad: alimentar bien a un bebé no es obsesionarse, es acompañar un proceso que solo ocurre una vez en la vida.

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Los primeros 1.000 días: cuando todo empieza a escribirse

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Los primeros alimentos influyen más de lo que parece. Fuente: Canva

Hay un concepto que la doctora repite porque cambia la forma de mirar la crianza: los primeros 1.000 días. Van desde el primer día de embarazo hasta que el niño cumple dos años. “Es un periodo muy importante, incluso crítico, porque en esta ventana podemos influir en la salud de las personas para toda la vida”, explica.

Dicho sin tecnicismos, en esos meses el cuerpo aprende. Aprende a gestionar nutrientes, a responder al entorno, a construir defensas. Y lo que aprende ahí, rara vez se borra. Por eso, cuidar la alimentación en esta etapa no es exagerar, es poner buenas bases para el mañana.

La leche: el primer refugio

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Alimentar también es acompañar el desarrollo. Fuente: Canva

Durante los primeros seis meses, el mensaje es sencillo y tranquilizador: no hace falta nada más que leche. Y si es leche materna, mejor. No porque sea una moda, sino porque su composición se adapta como un traje a medida al bebé. Protege, nutre y ayuda al desarrollo de la boca y la mandíbula.

“La leche materna tiene múltiples beneficios demostrados y por eso se recomienda que sea exclusiva los primeros seis meses y que se prolongue hasta los dos años o hasta que la mamá y el bebé quieran”, señala Álvarez. Sin culpas, sin imposiciones.

Cuando la lactancia materna no es posible, las fórmulas adaptadas son una alternativa segura. La pediatra recomienda las de tipo 1 durante todo el primer año. Son más completas y evitan azúcares innecesarios. Las llamadas “leches de crecimiento”, aunque muy visibles en el supermercado, no son necesarias y suelen enseñar al paladar a buscar sabores dulces demasiado pronto.

Comer de todo, pero con cabeza

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Cada etapa tiene su ritmo y su momento. Fuente: Canva

En el día a día, la pediatra aconseja carnes blancas y magras, limitar la carne roja y evitar las procesadas. Con el pescado, atención a las especies grandes ricas en mercurio. El huevo, entero y bien cocinado, puede ofrecerse desde el principio. Incluso a diario.

Cereales mejor integrales, gluten desde los seis meses sin dramatismos y arroz con moderación. Las legumbres, combinadas con cereal, son una joya nutricional. En frutas y verduras, mejor enteras que en zumo. “Por debajo del año evitaremos espinacas y acelgas”, advierte, por su alto contenido en nitratos.

El agua, poco a poco, a partir de los seis meses. Antes, la leche es suficiente.

Para organizar los platos, Álvarez propone algo muy visual: la mitad del plato frutas y verduras, un cuarto proteínas y otro cuarto cereales integrales o tubérculos. Simple. Real.

Y si hay que quedarse con una imagen, que sea esta: el sistema digestivo del bebé es como una casa nueva. Al principio solo necesita cimientos sólidos. Luego, poco a poco, se añaden paredes, ventanas, detalles. Sin correr, sin improvisar, porque lo que se construye despacio suele durar toda la vida.

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