A muchos nos pasa lo mismo. Un día decidimos que ya está, que hay que moverse más, que el cuerpo lo pide. Nos compramos unas zapatillas, salimos a correr y pensamos que, con eso, ya estamos haciendo todo bien. Pero el corazón no funciona por impulsos, funciona por adaptación. Y ahí es donde conviene parar un segundo y escuchar.
El cardiólogo Emmanuel Azcano Díaz, especialista en ecocardiología y terapia intensiva, lo explica con una claridad que tranquiliza: correr es una de las mejores decisiones que podemos tomar para nuestra salud cardiovascular… siempre que sepamos cómo y cuándo hacerlo. Porque el ejercicio suma, sí, pero solo cuando se adapta a la persona que lo practica.
El corazón también entrena (y aprende)

El corazón no es una máquina rígida. Es más bien como un músculo inteligente que se adapta a lo que le pedimos. Azcano Díaz lo describe con una imagen muy sencilla: el corazón es una bomba. Cuando hacemos ejercicio, necesita bombear más sangre por minuto. A eso se le llama gasto cardíaco.
“A mayor actividad física, mayor es el gasto cardíaco”, explica. Y con el tiempo, si entrenamos de forma constante y progresiva, el corazón aprende a hacerlo mejor. Se vuelve más eficiente. Late menos, pero mueve más sangre. Por eso hay deportistas que, en reposo, tienen pulsaciones muy bajas. No es peligro. Es adaptación.
Es como si el corazón dijera: “tranquilo, ya me sé este trabajo”.
Mucho beneficio… con una condición importante

Los datos acompañan. Hacer ejercicio aeróbico de forma regular puede reducir hasta un 50 % el riesgo de muerte cardiovascular y añadir hasta tres años de vida. Suena bien. Y lo es. Pero aquí llega la parte que no siempre gusta escuchar.
Azcano Díaz es muy claro con esto, sobre todo con quienes empiezan más tarde: a partir de los 35 años, iniciar actividad física intensa sin una revisión médica previa aumenta el riesgo de muerte súbita hasta diez veces. No porque correr sea malo, sino porque hay problemas cardíacos que no dan la cara en el día a día.
Uno puede sentirse bien, subir escaleras sin problema… y aun así tener una alteración silenciosa que solo aparece cuando se exige al corazón más de la cuenta. Por eso, una valoración cardiológica no es alarmismo. Es prevención.
Empezar poco no es empezar mal

Aquí viene una buena noticia: no hace falta correr diez kilómetros para cuidar el corazón. Diez minutos al día ya marcan la diferencia. Literalmente. Está demostrado que ese tiempo mínimo reduce el riesgo cardiovascular.
A partir de ahí, se trata de sumar poco a poco. Escuchar el cuerpo. Usar herramientas sencillas, como un reloj que controle la frecuencia cardíaca. La famosa fórmula de 220 menos la edad sirve como referencia, pero lo más importante es cómo te sientes tú.
Y si aparecen señales raras —palpitaciones en reposo, dolor en el pecho, mareos, sudor frío— no se mira hacia otro lado. Se consulta. El cuerpo suele avisar, aunque a veces lo haga en voz baja.
No todo el ejercicio cambia el corazón igual
Otro matiz interesante que suele pasar desapercibido: no todos los entrenamientos moldean el corazón de la misma forma. Correr, nadar o montar en bici favorecen una dilatación saludable del corazón. En cambio, el entrenamiento de fuerza extremo puede engrosar demasiado sus paredes.
“Es distinto el corazón del corredor de fondo al del levantador de pesas”, explica Azcano Díaz. Por eso, lo más recomendable suele ser combinar ambos tipos de ejercicio. Equilibrio, otra vez.









