En un escenario económico atravesado por inflación persistente, tensiones geopolíticas y dudas sobre las monedas, el oro volvió a ocupar el centro de la conversación financiera. Analistas, inversores y divulgadores lo mencionan a diario como refugio, oportunidad o señal de alerta. El metal más antiguo del sistema económico regresa cuando la confianza escasea y la incertidumbre se vuelve estructural.
¿Por qué un activo con más de cinco mil años de historia vuelve a ser protagonista en pleno siglo XXI? Para Javi Linares, experto en inversiones, la respuesta no está en la moda ni en la especulación, sino en la memoria histórica de los mercados. El oro reaparece cada vez que el sistema tambalea y las certezas financieras comienzan a resquebrajarse.
El oro es un refugio histórico que nunca desapareció

Para entender el fenómeno actual, Javi Linares propone mirar hacia atrás. El oro no es una moda ni una innovación financiera reciente. Lleva más de cinco mil años funcionando como reserva de valor y ha atravesado imperios, guerras y crisis sin perder su aceptación universal. Esa confianza no se limita a los ciudadanos. Durante décadas, los Estados y los bancos centrales también respaldaron sus economías con oro, reforzando la idea de estabilidad.
Sin embargo, ese equilibrio se rompió en los años setenta, cuando Estados Unidos abandonó la convertibilidad del dólar. A partir de entonces, el oro perdió protagonismo y muchos países vendieron gran parte de sus reservas. El resultado fue una sobreoferta que hundió su precio durante años. Entre 1980 y 2000, el oro sufrió una de las caídas más pronunciadas de su historia reciente, mientras las divisas ofrecían tipos de interés muy elevados.
Ese contexto explica por qué el oro pasó de ser un activo central a uno secundario durante dos décadas. Invertir en deuda o en moneda fuerte resultaba más atractivo que mantener un metal que no generaba rentabilidad directa. No obstante, esa etapa sentó las bases del ciclo posterior.
Geopolítica, deuda y pérdida de confianza
Desde comienzos del siglo XXI, el oro inició una recuperación sostenida. Primero, por haber quedado infravalorado tras años de ventas masivas. Después, por un cambio profundo en el escenario global. La invasión de Ucrania en 2022 marcó un punto de inflexión decisivo. El bloqueo de reservas rusas en dólares y euros encendió las alarmas en otros países con tensiones geopolíticas.
Rusia, China e Irán entendieron que depender de divisas ajenas podía comprometer su soberanía. Desde entonces, han aumentado de forma significativa sus compras de oro, elevando su peso dentro de las reservas nacionales. Esta demanda institucional ha generado una presión constante sobre el mercado del oro, impulsando su revalorización.
A este factor se suma otro igual de relevante: el endeudamiento estructural de las economías desarrolladas. Mientras que hace décadas la deuda pública representaba una fracción moderada del PIB, hoy muchos países superan ampliamente el cien por ciento. En este escenario, el oro reaparece como una herramienta de protección frente a la pérdida de poder adquisitivo del dinero.
Linares advierte que el oro no mantendrá necesariamente el ritmo de crecimiento de los últimos años, pero considera que sigue cumpliendo un rol estratégico en el largo plazo. No como apuesta especulativa, sino como activo defensivo dentro de una cartera diversificada.
En un sistema donde los incentivos políticos empujan al gasto constante y la confianza en las divisas se erosiona, el oro vuelve a ocupar un lugar que nunca perdió del todo. Más que una moda pasajera, su protagonismo actual parece reflejar una inquietud más profunda sobre el futuro económico global.









