La experiencia navideña instalada en el Santiago Bernabéu, creado y producido por Somos Experiences, se promociona como un “pueblo mágico” inmersivo, llamado a convertirse en el epicentro de la Navidad madrileña. Sin embargo, a pie de recinto, el relato cambia de tono. Cada vez son más los asistentes que describen una visita marcada por colas interminables, atracciones de corta duración y una relación calidad-precio que dista mucho de lo prometido.
El evento vende una narrativa cuidada, con iluminación, música y zonas temáticas pensadas para familias. El programa incluye una pista de hielo bautizada como El río de la magia, donuts hinchables en tobogán, coches de choque sobre hielo, carrusel, talleres infantiles y juegos como minigolf o un simulador de snowboard. Todo ello, según la publicidad, estaría incluido en un pase de varias horas por un precio que ronda los 25 euros para adultos y 20 para niños.
Tras el fiasco de los conciertos, con todos ustedes el fiasco de la Navidad
La realidad, según numerosos testimonios difundidos en redes y vídeos de creadores de contenido, es otra. Las colas superan con frecuencia la hora de espera por atracción, hasta el punto de que una familia puede invertir hora y media en un solo juego dentro de un pase de unas cuatro horas. La sensación general es de masificación: miles de personas por turno, poco espacio para moverse y una experiencia más cercana a la espera constante que al disfrute.
Las críticas también apuntan a la escasa oferta real para adultos. Varias atracciones tienen limitaciones de edad que no se explican con claridad en la web, como el carrusel, reservado a menores de 12 años. En la práctica, muchos asistentes concluyen que solo hay “cuatro atracciones” realmente aprovechables, lo que reduce aún más el valor percibido de la entrada.

Uno de los focos de mayor frustración es la pista de patinaje. Lejos del hielo real que muchos esperaban, se trata de una superficie sintética que usuarios describen como “plástico poco deslizante”, donde se camina más de lo que se patina. A ello se suma un recorrido muy reducido, limitado a rodear el árbol central, lo que hace que la experiencia dure apenas unos minutos. Aunque se anuncia un tiempo aproximado de 20 minutos, los turnos reales serían sensiblemente más cortos, un recorte que se repite en otras atracciones como los donuts hinchables.
La información confusa es otro de los reproches recurrentes. Diferencias entre lo que se anuncia —duración, número de usos, condiciones— y lo que se encuentra el visitante generan sensación de engaño. A esto se añaden servicios saturados, con largas colas para comer y dificultad para encontrar sitios donde sentarse, un problema especialmente relevante en un evento orientado a familias con niños.

El balance que emerge es claro: la ambientación y la escenografía están bien ejecutadas, pero el diseño operativo falla. El contraste entre un marketing espectacular —renders, mensajes grandilocuentes y promesas de “cambiar la Navidad”— y una experiencia práctica dominada por esperas, recortes y superficies sintéticas alimenta una percepción generalizada de decepción.
Para muchos asistentes, Mavidad Bernabéu no cumple lo que promete. Y aunque el envoltorio brille, el contenido deja un poso amargo que explica por qué cada vez más voces coinciden en una conclusión contundente: no lo recomendarían.








