Durante años, la ansiedad fue entendida como un rasgo inevitable de la vida moderna. Sin embargo, la neurociencia comienza a ofrecer una lectura distinta, más profunda y esperanzadora, que pone el foco en cómo el cerebro interpreta el cambio.
La neurocientífica Ana Ibáñez sostiene que cuando el cerebro cree que cambiar es posible, se convierte en el principal aliado del proceso. Comprender este mecanismo permite abordar la ansiedad desde una perspectiva menos culpabilizadora y más transformadora.
La ansiedad como una construcción del cerebro

En su trabajo clínico y de investigación, Ibáñez observa un patrón que se repite con frecuencia. Personas altamente capacitadas, con trayectorias profesionales brillantes, conviven a diario con una ansiedad constante que se manifiesta en cansancio, tensión física y agotamiento emocional. No se trata de falta de talento ni de debilidad personal, sino de una programación cerebral aprendida.
Uno de los casos que suele relatar es el de una traumatóloga de prestigio que cumplía con todas sus responsabilidades, pero vivía atrapada en una ansiedad permanente. Dolores de cabeza, presión en el estómago y una sensación de alerta continua marcaban su rutina. Su cerebro había asociado la ansiedad y la autoexigencia extrema con la idea de rendimiento y éxito.
Según explica Ibáñez, el cerebro no distingue entre una amenaza real y una percibida. Para él, cambiar una forma habitual de funcionar puede representar un riesgo vital. Por eso, la ansiedad aparece como un mecanismo de protección, aunque resulte desadaptativo en la vida cotidiana. Leer las frecuencias cerebrales permite detectar estos patrones y, sobre todo, confirmar que siempre existe un margen de mejora.
Tres claves para que el cerebro acepte el cambio
El primer paso para modificar la ansiedad es generar seguridad. El cerebro necesita sentir que el cambio no pone en peligro la supervivencia. Una de las herramientas más eficaces es la visualización guiada. Imaginar una situación desafiante vivida con calma y control permite al cerebro registrar esa experiencia como posible y segura, reduciendo la ansiedad anticipatoria.
En el caso de la traumatóloga, visualizar su ingreso al quirófano desde un estado de serenidad, acompañada por música relajante, ayudó a crear nuevas memorias emocionales. El cerebro, al no diferenciar entre lo imaginado y lo real, comenzó a aceptar que podía desempeñarse bien sin recurrir a la ansiedad como motor.
La segunda clave es el deseo consciente de cambiar. No basta con querer dejar atrás este padecimiento de manera abstracta. Es necesario definir qué sensaciones, conductas y resultados se esperan en esa nueva etapa. El cerebro responde mejor cuando el objetivo está claramente asociado a emociones positivas y concretas, y no solo a la ausencia de ansiedad.
La tercera clave es la flexibilidad. Todo cambio implica una transición incómoda, y esa incomodidad suele despertar dudas. En ese punto, reaparece en forma de pensamientos limitantes que invitan a no avanzar. Reconocer este mecanismo es fundamental para no confundir la resistencia del cerebro con una señal de incapacidad.
Para Ana Ibáñez, comprender cómo funciona la ansiedad desde la neurociencia permite desactivarla progresivamente. Cuando el cerebro aprende que cambiar es seguro, deseable y posible, deja de sabotear el proceso. Así, la ansiedad pierde su rol dominante y se abre espacio a una forma de vivir más equilibrada y sostenible.









