Ni siquiera los hábitos saludables garantizan el riesgo cero, pero sí inclinan la balanza a favor de la salud. Hay palabras que pesan. Cáncer es una de ellas. Basta con oírla para que aparezcan el miedo, las dudas y una sensación incómoda de no tener el control. Quizá por eso, durante años, ha sido terreno fértil para mitos, soluciones mágicas y promesas imposibles. Dietas milagro, curas ocultas, teorías conspirativas… todo parece valer cuando el miedo aprieta.
Frente a ese ruido constante, la ciencia ofrece algo menos espectacular, pero infinitamente más valioso: comprensión. Y también esperanza. Así lo explica Víctor Quesada, investigador experto en cáncer con experiencia en centros como el MIT o Harvard, que insiste en algo tan simple —y tan necesario— como entender qué es el cáncer para dejar de creer lo que no es.
El origen está en lo invisible

Desde el punto de vista científico, el cáncer no aparece de la nada ni responde a una única causa misteriosa. Es, en esencia, una enfermedad genética. Cada vez que una célula se divide, copia su ADN. La mayoría de las veces lo hace bien, pero no siempre. Con los años, esos pequeños errores se van acumulando, como grietas diminutas en una pared que parecía sólida.
Nuestro cuerpo tiene mecanismos para reparar daños, pero ninguno es perfecto. Y llega un momento en el que una célula pierde la información que le decía cuándo debía parar. Ahí empieza el problema. No es un fallo puntual ni un castigo repentino, sino una suma silenciosa de errores que acaban rompiendo el equilibrio.
Azúcar, comida y decisiones cotidianas

Uno de los temas que más confusión genera es el del azúcar. Sí, las células cancerosas consumen mucha más glucosa que las sanas porque la necesitan para crecer rápido. Pero de ahí a pensar que dejar de comer carbohidratos puede frenar la enfermedad hay un trecho enorme.
El cuerpo mantiene la glucosa en niveles estables porque órganos como el cerebro la necesitan para funcionar. Por eso, cuando se habla de alimentación y cáncer, conviene bajar el volumen de los mensajes rotundos. No hablamos de certezas, hablamos de probabilidades. Comer mejor no garantiza nada, pero inclina la balanza a favor.
Y lo mismo ocurre con la prevención. Fumar o consumir carne procesada de forma habitual no asegura desarrollar un tumor, pero sí aumenta las papeletas. Reducir esos hábitos no elimina el riesgo, pero lo reduce. Es como comprar menos números en una rifa que nadie quiere ganar.
Ni curas secretas ni atajos

En este punto, Quesada es claro. La idea de que existe una “cura del cáncer” escondida por intereses económicos no se sostiene. El cáncer no es una sola enfermedad, sino muchas, muy distintas entre sí. Pensar en una solución universal es no entender el problema.
Tampoco hay pruebas sólidas de que ayunos extremos, zumos depurativos o suplementos sin supervisión médica funcionen mejor que los tratamientos convencionales. Suenan bien, tranquilizan… pero no curan.
La buena noticia es que el panorama ha cambiado mucho. La inmunoterapia ha abierto una puerta enorme al usar el propio sistema inmunitario para luchar contra el tumor, adaptándose a él. Y la inteligencia artificial empieza a ayudarnos a ver patrones donde antes solo había ruido.
Gracias a estos avances, muchos cánceres que hace décadas eran una sentencia hoy pueden cronificarse, permitiendo vivir más años y con mejor calidad de vida. No es magia. Es ciencia. Y, sobre todo, es un recordatorio de que, frente al miedo y las falsas promesas, el conocimiento sigue siendo nuestro mejor aliado.









