No es habitual encontrar un pueblo que guarde bajo sus pies una ciudad paralela, tan inmensa como desconocida para el gran público. De hecho, la realidad supera cualquier expectativa turística cuando uno se planta frente a los cerros que rodean el casco urbano. Lo que a simple vista parecen pequeñas puertas de madera incrustadas en la ladera son, en realidad, las entradas a un inframundo fascinante.
Esta localidad oscense ha sabido conservar un patrimonio etnográfico que en otros lugares se ha perdido irremediablemente por el abandono. Sin duda, caminar por sus senderos es viajar al pasado de una tradición vitivinícola que definió la economía de la zona. Aquí no hablamos de grandes construcciones industriales, sino de la ingeniería popular más pura excavada a pico y pala.
EL SECRETO BAJO TIERRA DE HUESCA
No es habitual encontrar un pueblo que guarde bajo sus pies una ciudad paralela tan inmensa como desconocida para el gran público. De hecho, la realidad supera cualquier expectativa turística cuando uno se planta frente a los cerros que rodean el casco urbano. Lo que a simple vista parecen pequeñas puertas de madera incrustadas en la ladera son, en realidad, las entradas a un inframundo fascinante.
Esta localidad oscense ha sabido conservar un patrimonio etnográfico que en otros lugares se ha perdido irremediablemente por el abandono. Sin duda, caminar por sus senderos es viajar al pasado de una tradición vitivinícola que definió la economía de la zona. Aquí no hablamos de grandes construcciones industriales, sino de la ingeniería popular más pura excavada a pico y pala.
451 CUEVAS QUE PERFORAN EL PAISAJE
La cifra oficial que maneja el ayuntamiento es tan rotunda que obliga a leerla dos veces para creerla del todo. Se han contabilizado exactamente 451 bodegas excavadas en roca en los tres cerros principales: La Corona, El Morro y Las Crucetas. Estamos ante una densidad de construcciones subterráneas que convierte a este rincón en un caso prácticamente único en Aragón.
Estas galerías no son simples agujeros, sino espacios diseñados para mantener una temperatura constante durante todo el año. Curiosamente, el ingenio de los antiguos agricultores logró crear el ambiente perfecto para la conservación del vino sin gastar un solo vatio de electricidad. Es un laberinto histórico que transforma el paisaje en una especie de queso gruyer monumental y precioso.
NO SOLO DE VINO VIVE EL HOMBRE
Aunque las bodegas son el imán visual de este pueblo, su nombre resuena en toda España gracias a una joya de la repostería que ha cruzado fronteras. Resulta que la famosa trenza de Almudévar nació aquí mismo para conquistar los paladares más exigentes con su masa hojaldrada y frutos secos. Visitar la localidad y no probar este manjar en su lugar de origen sería un pecado imperdonable.
La gastronomía local va mucho más allá del dulce y se ancla en los platos de cuchara que reconfortan el cuerpo en invierno. Además, la oferta culinaria de la zona combina esa cocina de abuela con toques de innovación que sorprenden al viajero. Es el complemento ideal para una jornada de exploración entre cerros, piedras y mucha historia.
¿POR QUÉ ENERO ES EL MES IDEAL?
Si bien cualquier época es buena para una escapada, el primer mes del año tiene un encanto especial en este pueblo del Alto Aragón. Precisamente, las fiestas de San Vicente en enero llenan las calles de vida, hogueras y tradiciones que muestran la cara más auténtica de sus gentes. Es la oportunidad de ver la localidad no como un turista, sino casi como un vecino más.
El invierno oscense tiene una luz particular que recorta la silueta de los cerros contra un cielo a menudo azul intenso y limpio. Además, el frío invita a buscar refugio en los bares y restaurantes locales, creando esa atmósfera acogedora que tanto buscamos tras la Navidad. Lejos de las aglomeraciones estivales, enero regala una calma que permite disfrutar de cada rincón sin prisas.
CÓMO LLEGAR A ESTE OASIS RURAL
La ubicación estratégica de Almudévar lo convierte en un destino accesible y muy cómodo para una excursión de un día o un fin de semana. Basta saber que se encuentra a escasos veinte kilómetros de la capital, Huesca, conectado por una autovía que facilita enormemente el acceso. Es un punto intermedio perfecto para quienes suben al Pirineo o quienes vienen desde Zaragoza buscando aire puro.
Al llegar, lo mejor es dejar el coche y perderse caminando hacia la zona de La Corona para entender la magnitud del conjunto de bodegas. En definitiva, este pueblo nos recuerda la importancia de preservar nuestra memoria y de disfrutar de esos pequeños placeres que tenemos a un paso de casa. No hace falta irse lejos para encontrar maravillas que nos dejen con la boca abierta.











