martes, 23 diciembre 2025

Sebastián La Rosa, médico especializado en neurociencia: “La misma tecnología que nos hace productivos puede generarnos ansiedad y acortar la expectativa de vida”

La neurociencia advierte que la tecnología, aunque potencia productividad y aprendizaje, también fragmenta la atención, aumenta la ansiedad y refuerza hábitos automáticos que, sostenidos en el tiempo, pueden deteriorar la salud y reducir vida humana.

La escena se repite a diario: teléfonos que vibran, pantallas que se iluminan y una atención que se fragmenta sin que nadie lo note demasiado. La tecnología promete eficiencia, velocidad y acceso ilimitado a la información, pero también introduce una dependencia silenciosa que impacta en la salud mental y física.

Desde la neurociencia, el médico Sebastián La Rosa advierte que la tecnología no es neutral. Bien utilizada puede potenciar capacidades, pero mal gestionada puede aumentar la ansiedad, reforzar hábitos poco saludables y, a largo plazo, influir incluso en la expectativa de vida.

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El cerebro antiguo frente a la tecnología moderna

El cerebro antiguo frente a la tecnología moderna
Fuente Freepik.

El problema no está en la tecnología en sí, sino en cómo interactúa con un cerebro diseñado para sobrevivir en otro contexto. Evolutivamente, la mente humana está preparada para detectar amenazas y ahorrar energía. Frente a estímulos constantes, como notificaciones o mensajes, el cerebro reacciona en modo automático, sin reflexión.

La tecnología aprovecha esa respuesta rápida. Cuando una tarea genera incomodidad o estrés, la mente la interpreta como una amenaza y busca escapar. Así aparecen la procrastinación y la distracción. Bastan segundos para pasar de una acción consciente a un “túnel” de estímulos irrelevantes. En ese punto, la tecnología deja de ser una herramienta y se convierte en un piloto invisible.

La Rosa explica que la clave está en esos primeros instantes. Si el cerebro no entra en modo automático, es posible sostener la atención y evitar la reacción de huida. El desafío es comprender que nunca habrá motivación constante. La tecnología, combinada con esa falta natural de ganas, puede reforzar conductas que juegan en contra del bienestar.

Atención, hábitos y salud: el costo oculto de la tecnología

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Otro eje central es la atención, un recurso limitado y altamente codiciado. La tecnología actual monetiza cada segundo disponible. Redes sociales, aplicaciones y plataformas compiten por captar tiempo y datos. Cada decisión, por mínima que parezca, consume fuerza de voluntad. Estudios muestran que después de tomar decisiones exigentes, la capacidad de sostener el esfuerzo mental disminuye.

Aquí la tecnología vuelve a ocupar un rol decisivo. Notificaciones, alertas visuales y recompensas variables están diseñadas para interrumpir. No es casual: responden a mecanismos de dopamina que refuerzan la repetición del hábito. Esta lógica, heredada de experimentos conductuales clásicos, explica por qué resulta tan difícil dejar de mirar el celular.

Pero el impacto no es solo psicológico. Investigaciones recientes indican que el uso constante de la tecnología altera la respiración, aumenta la tensión muscular y reduce la variabilidad de la frecuencia cardíaca, un indicador clave de salud. Valores bajos de esta variabilidad se asocian con estrés crónico y mayor riesgo de recaídas en adicciones.

La buena noticia es que la tecnología también puede usarse a favor. Reducir notificaciones, ocultar aplicaciones problemáticas y establecer momentos sin interrupciones son decisiones simples que generan cambios reales. El objetivo no es eliminar la tecnología, sino reorganizarla con intención.

Reemplazar hábitos nocivos por otros más saludables es otra estrategia eficaz. Una aplicación de meditación puede ocupar el lugar de una red social. El modo nocturno puede convertirse en un disparador mental para descansar mejor. Incluso técnicas como el método Pomodoro o la música diseñada para favorecer la concentración permiten recuperar control.


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