lunes, 22 diciembre 2025

Fingir gustos funciona… hasta que deja de hacerlo: el problema oculto de no ser tú

- Ser uno mismo hoy no es postureo: es una forma de cuidarse y de relacionarse mejor.

Fingir gustos puede abrir puertas al principio, pero casi siempre acaba cerrándote a ti mismo. Vivimos en una época en la que parece que todo se muestra, se comparte y se valida hacia fuera. Likes, opiniones, expectativas ajenas. Y, en medio de ese ruido constante, la autenticidad se ha convertido casi en un acto de resistencia. No como una estrategia para gustar más, sino como algo mucho más básico: una forma de estar en paz con uno mismo.

Porque ser auténtico no va de caer bien. Va de no traicionarte. De no fingir gustos, opiniones o una personalidad que no es la tuya solo para encajar. Si no te gusta algo, no pasa nada. No tienes que maquillarlo. No tienes que justificarte. Respetarte también es una forma de quererte, aunque a veces eso implique no gustar a todo el mundo (spoiler: es imposible gustar a todo el mundo).

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Ser auténtico no aleja, filtra y acerca a quien sí encaja. Fuente: Canva

Y aquí ocurre algo curioso. Cuando te muestras tal y como eres, sin forzar, empiezan a desaparecer las conexiones al azar. Y eso, aunque al principio asuste, es una buena noticia. La autenticidad funciona como un filtro natural. Deja fuera a quien no encaja… y acerca a quien sí. Además, la atracción real es mucho más instintiva de lo que solemos pensar. Cambiar de opinión o de gustos para agradar suele ser menos atractivo de lo que creemos.

Eso sí, conviene aclararlo: ser auténtico no es soltar todo sin medida. No es convertir cada conversación en un listado de problemas, traumas o mala suerte. A eso algunos lo llaman “sincericidio”. La autenticidad sana no invade ni descarga peso emocional sobre el otro. Comunica desde la honestidad, pero también desde el cuidado y el equilibrio.

La confianza no se nace, se entrena

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La confianza no se espera: se entrena con experiencia y práctica real. Fuente: Canva

Otro pilar clave es la confianza. Y no, no es algo con lo que se nace o no se nace. La confianza se construye, poco a poco, a base de experiencia, práctica y exposición. Además, es profundamente contextual. Puedes sentirte seguro en tu trabajo, en tu cuerpo o en tu entorno habitual… y, aun así, sentirte torpe o inseguro en situaciones sociales si no has entrenado esas habilidades.

Por eso la práctica importa tanto. Teatro, improvisación, hablar en público, asociaciones de oratoria… no porque conviertan a nadie en alguien “perfecto”, sino porque enseñan algo muy valioso: a equivocarse sin que se hunda el mundo. A sostener la mirada, la voz, el silencio.

A eso se suman los logros personales. Construir algo propio, alcanzar metas, ver que eres capaz. Esa seguridad no depende de que alguien te apruebe. Viene de dentro. Y sí, los años también ayudan. La experiencia va limando miedos y dando perspectiva (aunque a veces llegue después de algún golpe).

Una vida llena atrae más que cualquier técnica

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Una vida plena conecta más que cualquier técnica social. Fuente: Canva

Hay una idea incómoda, pero muy real: si hablar con alguien es lo más importante de tu día, algo falta en tu vida. No es un juicio, es una señal. Cuando la vida personal está vacía de proyectos, estímulos o vínculos, se deposita demasiada presión en una sola interacción. Y eso se nota.

Una vida equilibrada suele sostenerse sobre tres pilares bastante terrenales: salud, cierta estabilidad económica y relaciones sociales. Si alguno falla, la confianza se resiente. Y, a veces, mejorar no pasa por “arreglarte”, sino por cambiar de entorno. Físico o mental. Hay contextos que ahogan… y otros que permiten respirar.

Al final, relacionarse sin máscaras no es una técnica ni un truco. Es un proceso. A veces incómodo. A veces liberador. Pero casi siempre más honesto. Y en un mundo lleno de personajes, ser uno mismo sigue siendo una de las formas más poderosas —y tranquilas— de conectar de verdad.

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