Durante décadas, el libro fue el gran refugio de la imaginación, el aprendizaje y la memoria cultural. Hoy, sin embargo, incluso lectores voraces reconocen que leen menos. Arturo Pérez-Reverte observa este cambio sin dramatismo, pero con una lucidez que interpela al presente y obliga a pensar el futuro de las historias.
El escritor advierte que no se trata solo de una transformación tecnológica, sino de una mutación profunda en la forma en que las personas se vinculan con los relatos. El libro pierde centralidad como soporte masivo, pero no desaparece. Cambia su lugar, su función y su público.
El libro y un cambio que no es el fin del relato

Pérez-Reverte parte de una constatación personal: incluso en su propia generación, la conversación sobre novelas se ha vuelto excepcional. La lectura ya no ocupa el espacio cotidiano que tuvo durante años. Entre los más jóvenes, la situación es aún más evidente. Muchos han leído apenas lo obligatorio en la escuela y luego han abandonado el libro como práctica habitual.
Para el autor, esta realidad no constituye una tragedia cultural en sí misma. El ser humano siempre necesitó relatos para comprender el mundo, imaginar futuros y transmitir experiencias. Antes fue la oralidad, luego la escritura y la novela. En el siglo XXI, ese impulso narrativo se canaliza a través de otros lenguajes: el cine, las series, los videojuegos o el podcast.
Desde esa mirada, el libro no muere porque desaparezcan las historias, sino porque deja de ser el soporte dominante. Pérez-Reverte lo dice con crudeza y honestidad: la novela, tal como se la conoció, está sentenciada como fenómeno masivo. El futuro del relato se juega en otros formatos, más acordes a los hábitos de consumo actuales.
Sin embargo, el escritor no reniega de ese proceso. Lo entiende como parte natural de la evolución cultural. Reconoce que él mismo prefiere el libro tradicional, el papel, la lectura lenta y silenciosa. Pero también asume que su preferencia no define el porvenir colectivo.
El verdadero riesgo: perder la exigencia cultural
Para Pérez-Reverte, el problema no es el soporte, sino el contenido. Mientras existan buenos relatos, poco importa si llegan a través de un libro, una pantalla o un videojuego. El conflicto aparece cuando el público deja de exigir calidad, profundidad y complejidad, y se conforma con lo superficial.
El escritor pone un ejemplo elocuente: muchas producciones actuales beben de mitos clásicos, como el de Perseo, adaptados a lenguajes contemporáneos. Películas, series y videojuegos retoman esas historias y las acercan a nuevas generaciones. Eso, lejos de ser negativo, es una señal de continuidad cultural.
El riesgo real surge cuando se pierde el vínculo con esa base. Cuando alguien reconoce a Percy Jackson, pero ya no sabe quién fue Perseo. Cuando el libro deja de ser una referencia cultural y se convierte en un objeto extraño, desconectado del presente. Allí es donde el contenido se empobrece y la cultura se debilita.
Pérez-Reverte subraya que la lectura ofrece herramientas difíciles de reemplazar: la imaginación activa, la construcción de mundos propios, el dominio del lenguaje, el vocabulario y la ortografía. El libro exige al lector un esfuerzo que lo vuelve más crítico y más exigente. Sin esa base, el público pide cada vez menos y recibe productos cada vez más livianos.
Por eso, el autor no anuncia la desaparición del libro, sino su transformación. En unas décadas, sostiene, será un objeto de culto. Un territorio reservado para lectores exigentes, amantes del papel y de la experiencia íntima de la lectura. No será mayoritario, pero sí valioso.









