Durante años hemos dicho eso de “no me da la vida” casi sin pensarlo. Falta tiempo para trabajar bien, para descansar de verdad, para estar con los demás… o simplemente para llegar a todo sin ir con la lengua fuera. Yo misma lo he repetido más de una vez. Pero quizá el problema no sea el reloj. O no solo. Cada vez más expertos coinciden en algo incómodo de aceptar: no nos falta tiempo, nos falta energía.
Así lo explica Cecilia Sanmer, especialista en productividad consciente, que propone darle la vuelta al enfoque clásico. El tiempo es lineal, avanza sin pedir permiso y no se puede estirar. La energía, en cambio, sube y baja, se gasta… y se puede recargar. Entender esto cambia por completo la forma en la que trabajamos, decidimos y vivimos el día a día.
No somos máquinas: el cuerpo también tiene ritmos

Uno de los grandes mitos modernos es creer que nuestra energía debería mantenerse estable desde que abrimos los ojos hasta que nos vamos a dormir. Como si fuéramos una batería nueva recién salida de la caja. Spoiler: no lo somos. El cuerpo y el cerebro funcionan por ciclos. Hay momentos de lucidez brutal… y otros en los que cuesta hasta escribir un correo decente.
Ignorar esos ritmos naturales nos lleva a pelear contra nosotros mismos. Y esa pelea pasa factura. Cansancio acumulado, mal descanso, sensación constante de ir tarde. Todo eso que muchos ya damos por normal (aunque no debería serlo).
El cerebro agotado también pasa factura

El multitasking, tan aplaudido durante años, es uno de los grandes ladrones de energía. Reduce la concentración y puede bajar el rendimiento intelectual de forma temporal. A eso se suma la famosa fatiga decisional: cuanto más decidimos a lo largo del día, peor decidimos al final. Y si encima vivimos preocupados, enfadados o culpables… el drenaje es constante.
Por eso hay días en los que acabamos agotados sin saber muy bien por qué. No siempre es lo que hacemos. Muchas veces es todo lo que pensamos mientras lo hacemos.
Aprender a leer tus propios picos de energía

Aquí entra uno de los conceptos más interesantes que plantea Sanmer: los ciclos ultradianos. Cada persona atraviesa ciclos de energía y concentración de entre 90 y 120 minutos, varias veces al día. El problema es que casi nunca los escuchamos.
Para empezar a detectarlos, propone un ejercicio tan simple como revelador: durante cinco días, poner una alarma cada hora y puntuar del 1 al 10 cómo estás de energía y concentración. Al final aparece una especie de mapa personal. Y, de repente, todo encaja. Esos momentos en los que vuelas. Y esos otros en los que no hay manera.
Parar en los segundos no es perder el tiempo. Es prepararte para rendir mejor después.
Planificar con cabeza (y con cariño)
A partir de ahí, la planificación por bloques visuales cobra todo el sentido. No se trata de hacer listas infinitas, sino de organizar el día según la energía disponible. Momentos de alta energía para lo creativo y lo importante. Energía media para gestiones y tareas rutinarias. Y energía baja para descansar de forma activa: caminar, respirar, comer con calma… incluso una siesta corta que resetee el sistema.
Al final, gestionar la energía se parece mucho a cuidar la batería del móvil. Si intentas hacer funcionar aplicaciones pesadas cuando estás al 5%, todo va lento y mal. Pero si sabes cuándo exigir y cuándo cargar, el rendimiento cambia por completo.
No se trata de hacer más. Se trata de hacerlo mejor. Y, sobre todo, con menos culpa.









