Hay preguntas que llegan sin avisar y te cambian la vida. A Santos le ocurrió con apenas 20 años, en plena crisis universitaria, cuando no tenía claro ni quién era ni hacia dónde iba. Fue una conversación con su padre, aparentemente sencilla, la que lo descolocó por completo:
“¿El niño que tú eras estaría orgulloso del hombre que eres hoy?”
No fue un consejo al uso. Fue un espejo incómodo. De esos que no te dejan mirar hacia otro lado. Aquella pregunta se le quedó grabada y empezó a remover algo por dentro. A partir de ahí, tomó una decisión silenciosa pero firme: dejar de vivir por inercia y empezar a construir algo con sentido.
El ascenso rápido… y la caída inesperada

Ese cambio interno lo empujó al emprendimiento. Marketing, social commerce, radio, network marketing. Probó, insistió, aprendió. Y funcionó. Antes de cumplir los 30 años ya había recorrido varios países, liderado equipos internacionales y alcanzado una estabilidad económica que muchos solo imaginan. Todo parecía encajar.
Pero la vida, como suele hacer, tenía otros planes.
A los 28 años, ya instalado en Estados Unidos, llegó el golpe. Lo que Santos define sin rodeos como su “noche oscura del alma”. Inversiones inmobiliarias fallidas, una startup de reparto que no salió adelante y cerca de medio millón de dólares perdidos. A la ruina económica se sumó una crisis de identidad profunda y problemas matrimoniales que terminaron por desmontar el personaje del “emprendedor exitoso”.
“Ahí toqué fondo”, admite. Y no como metáfora bonita, sino de verdad. De esas veces en las que todo se cae a la vez.
Volver a la esencia para salir del agujero

Curiosamente, fue en ese vacío donde apareció la salida. No una solución mágica, sino algo mucho más básico: su esencia. Aquello que siempre había estado ahí, incluso cuando todo lo demás desapareció. Su capacidad de comunicar, de conectar con otros, de acompañar procesos. Eso fue la cuerda a la que se agarró para empezar a salir del pozo.
No fue rápido. Ni cómodo. Pero fue honesto.
Desde entonces, Santos habla de vivir consciente no como una moda ni como una lista de hábitos saludables, sino como un camino continuo de amor propio, perdón y responsabilidad. Parte de ese proceso pasó por la terapia, donde pudo mirar de frente heridas antiguas, como el sentimiento de abandono que arrastraba desde niño por la ausencia profesional de su padre.
Ahí entendió algo clave: muchas reacciones adultas nacen de heridas infantiles que nunca se atendieron. Y que sanar no va de culpar, sino de comprender.
Conciencia, dinero y decisiones con los pies en la tierra

Para Santos, vivir consciente también implica empatía. Entender que muchas personas actúan desde su dolor. Pero, al mismo tiempo, asumir que no todo puede decidirse desde la emoción del momento. El estado de ánimo no debería marcar el rumbo de una vida, insiste. Decidir con conciencia es elegir incluso cuando hay miedo.
Ese enfoque se traslada también a su visión del dinero. Critica la cultura del “pelotazo” tan extendida en Latinoamérica, donde se busca el éxito inmediato, frente a una mentalidad más constante y estratégica como la que observó en Estados Unidos. Advierte del peligro del “estatus pelatus”, esa necesidad de aparentar comprando cosas innecesarias con dinero que no se tiene, y defiende invertir temprano, entender dónde se pone el dinero y no dejarse llevar por impulsos emocionales. A veces, perderlo todo es la única forma de volver a encontrarse.









