Elegir calzado sin entender tu cuerpo es empezar la casa por el tejado. La historia profesional del traumatólogo Javier Carrillo, especialista en pie y tobillo, no es la de alguien que lo tuvo claro desde niño. No viene de una saga de médicos ni creció entre quirófanos. Su vocación apareció durante la carrera, casi poco a poco, cuando descubrió que aquella especialidad unía dos cosas que le atraparon desde el principio: la toma de decisiones y el trabajo quirúrgico. Con los años, esa elección inicial se fue transformando en algo más profundo.
“Conforme ha pasado el tiempo me he ido enamorando cada vez más de mi profesión, y creo que eso es clave: nunca dejar de enamorarte de lo que haces”, reconoce. Y se nota. En la forma de hablar, de explicar, de implicarse.
Carrillo entiende la medicina como un camino en constante revisión. Nada de recetas fijas ni verdades absolutas. Escuchar, observar, ajustar. Volver a pensar. Y, si hace falta, cambiar de rumbo.
El paciente no es un espectador, es parte del equipo

Lejos de una medicina autoritaria, el Dr. Carrillo defiende una relación clínica basada en el diálogo y la corresponsabilidad. Para él, el cirujano no está para juzgar la vida de nadie, sino para acompañar decisiones.
“Yo no puedo ser juez de tu calidad de vida ni de lo que a ti te gusta; te puedo orientar, ayudar al diagnóstico y aconsejar, pero el paciente tiene que involucrarse en la decisión”, explica con naturalidad.
Esta mirada cambia muchas cosas. Porque implica asumir que no todo pasa por operar rápido, ni por imponer soluciones. De hecho, Carrillo insiste en que gran parte del éxito terapéutico ocurre fuera del quirófano. En la consulta. En el diagnóstico afinado. En saber cuándo intervenir… y cuándo no.
“El quirófano es importante, claro, pero la parte médica fundamental está antes”, señala. Y esa idea vertebra toda su práctica.
Correr, divulgar y entender la frustración desde dentro

Además de médico, Javier Carrillo es corredor. No como pose ni moda, sino como experiencia vital que se intensificó tras la pandemia. Correr le permitió entender algo que muchos profesionales solo observan desde fuera: la frustración de una lesión, el miedo a parar, la ansiedad por no saber qué pasa.
Por eso rechaza frases fáciles como “deja de correr” sin contexto. Prefiere analizar, adaptar y acompañar. En su consulta, el dolor no se banaliza ni se dramatiza.
“Si duele, para, diagnostica, recomienda y se trata; si no duele, no hay señal de alarma”, resume con claridad.
Esa capacidad de explicar lo complejo de forma sencilla es también la base de su faceta divulgativa. En redes sociales ha logrado una comunidad fiel gracias a contenidos que nacen de la consulta diaria, de las preguntas reales de los pacientes y de una habilidad comunicativa que arrastra desde joven. Su objetivo es claro: dar al pie la importancia que merece en la salud global y desmontar mitos muy arraigados.
Biomecánica, trabajo en equipo y prevención real

Carrillo defiende con convicción la multidisciplinariedad. Fisioterapeutas, podólogos, entrenadores… nadie sobra cuando se trata de abordar una lesión de forma integral. También huye de dogmas en el calzado: no existe la zapatilla perfecta. Existen herramientas que deben adaptarse a cada cuerpo, a cada técnica, a cada contexto. Minimalismo o maximalismo no son bandos, son opciones.
A todo esto se suma un factor que considera decisivo y a menudo olvidado: el estado emocional del paciente. El ánimo, el estrés o la confianza influyen directamente en cómo se percibe el dolor y en la eficacia de tratamientos como las plantillas. Ignorarlo es perder una parte clave del proceso.
Para explicar su visión preventiva, Carrillo recurre a una metáfora muy gráfica: el pie es el cimiento de un edificio. Si la base está mal alineada o descuidada, las grietas acabarán apareciendo más arriba: rodillas, caderas, espalda. Por eso insiste en actuar antes de que el problema sea grande. Empezar por lo esencial. Cuidar la base.
Porque, como en la vida, cuando el cimiento falla, todo lo demás acaba resintiéndose.









