Durante años, el trastorno alimentario fue interpretado de manera simplista, reducido a una obsesión por la delgadez o a un problema con la comida. Sin embargo, la experiencia clínica y la investigación muestran que se trata de una enfermedad compleja, profunda y multifactorial.
Lejos de explicaciones únicas, el trastorno alimentario se manifiesta como la expresión visible de conflictos emocionales que permanecen ocultos. Comprender qué lo origina y qué lo sostiene resulta clave para abandonar miradas frívolas y avanzar hacia una comprensión más humana y rigurosa.
La adolescencia, la identidad y el control como refugioLa adolescencia, la identidad y el control como refugio

Según explica la psicóloga clínica Montse Sánchez Povedano, el trastorno alimentario suele iniciarse en la preadolescencia y la adolescencia, una etapa atravesada por la construcción de la identidad. Es el momento en que surgen preguntas esenciales sobre quién se es y cómo se encaja en el grupo de iguales, cuyo peso resulta determinante.
En ese proceso, la comparación es inevitable. Hoy, las redes sociales amplifican ese fenómeno y exponen a los jóvenes a modelos inalcanzables. El trastorno alimentario aparece entonces como una falsa solución: permite concentrar la atención en un único objetivo, el control del cuerpo y de la comida, cuando todo lo demás resulta incierto.
La pérdida de peso se transforma en una fuente de seguridad. El trastorno alimentario ofrece una sensación ilusoria de valía personal, asociada a mensajes sociales que vinculan la delgadez con el éxito, la aceptación y el reconocimiento. Así, la inseguridad emocional queda momentáneamente silenciada.
Este mecanismo implica lo que los especialistas denominan restricción de la conciencia. El trastorno alimentario reduce el campo de intereses y pensamientos hasta dejar un único foco dominante. Es frecuente observar rasgos de rigidez, perfeccionismo y autoexigencia extrema en quienes lo padecen. Además, en el ámbito familiar, la comida puede convertirse en un espacio de poder. El trastorno alimentario funciona, en algunos casos, como una forma de marcar límites, ejercer control o expresar un conflicto que no encuentra palabras.
Trastorno alimentario: Factores de riesgo, desencadenantes y refuerzos sociales

“No hay una sola causa”, insiste Sánchez Povedano. El trastorno alimentario surge de la interacción de distintos factores. Entre ellos, la vulnerabilidad personal ocupa un lugar central: baja autoestima, dificultad en las relaciones sociales y altos niveles de exigencia interna.
El contexto familiar también influye. La presencia previa de un trastorno alimentario, otros trastornos psiquiátricos, conflictos sostenidos o una preocupación excesiva por la imagen y la dieta pueden predisponer al desarrollo de la enfermedad.
A nivel social, el bombardeo constante de ideales estéticos actúa como un terreno fértil. El trastorno alimentario se ve reforzado por una cultura que celebra la delgadez como sinónimo de salud y éxito, especialmente en mujeres, aunque no de forma exclusiva.
Existen además factores genéticos que aumentan la susceptibilidad. Sin embargo, para que el trastorno alimentario se manifieste, suele aparecer un detonante: una pérdida, una enfermedad, un cambio vital o incluso una experiencia positiva que implique exigencia y adaptación.
La pérdida de peso es, casi siempre, la puerta de entrada. A partir de allí, el trastorno alimentario se mantiene gracias al refuerzo social, comentarios bienintencionados que validan la conducta y refuerzan el camino elegido.
Por eso, advierte la especialista, reducir el trastorno alimentario a un deseo de adelgazar no solo es incorrecto, sino peligroso. Se trata de una enfermedad compleja que exige comprensión, responsabilidad social y un abordaje integral que vaya mucho más allá del plato.







