La adolescencia es una etapa intensa, compleja y decisiva. Se vive con emociones amplificadas, preguntas constantes y una necesidad profunda de diferenciarse. En ese proceso, los adolescentes ponen en jaque certezas familiares y educativas, obligando a las personas adultas a revisar sus propias formas de acompañar.
Lejos de ser una etapa “maldita”, la adolescencia representa una oportunidad única de construcción personal. Así lo sostiene Sara Desirée, educadora social y psicoterapeuta, con más de 27 años de experiencia acompañando a adolescentes y a sus familias en uno de los momentos más transformadores de la vida.
Acompañar a los adolescentes sin invadir: el delicado equilibrio

Para Sara Desirée, uno de los grandes desafíos es comprender que los adolescentes necesitan separarse de las figuras adultas para construir su identidad. No se trata de rechazo, sino de un movimiento necesario para convertirse en personas autónomas. “Detectar que piden espacio es el primer gran paso”, explica. Ese pedido, muchas veces incómodo para madres, padres y docentes, es una señal de crecimiento.
Desde su enfoque, el acompañamiento prudente implica estar disponibles sin invadir. Los adolescentes requieren sentir cercanía, pero también respeto por su intimidad. Cuando perciben control excesivo, juicio constante o vigilancia permanente, la reacción habitual es el rechazo. Por eso, acompañar no es supervisar cada paso, sino ayudar a dar significado a lo que viven.
Ese significado es clave. Las experiencias que atraviesan los adolescentes, incluso aquellas marcadas por el error, se convierten en relatos que luego sostendrán su vida adulta. De allí la importancia de no anular el proceso con intervenciones autoritarias que cortan el diálogo y debilitan el vínculo.
Límites que cuidan, no que someten
Uno de los ejes centrales del trabajo de Sara Desirée es la revisión del concepto de límite. En muchos hogares, los adolescentes crecen escuchando frases que excluyen su voz y refuerzan relaciones desiguales. “El autoritarismo no construye convivencia”, sostiene. Los límites, cuando se imponen desde el poder, generan distancia y conflicto.
En cambio, cuando los límites se plantean como acuerdos de convivencia, los adolescentes pueden comprender el para qué de una norma. Negociar, consensuar y sostener acuerdos con firmeza es una tarea exigente, pero profundamente educativa. Así, los adolescentes aprenden a relacionarse, a reconocer necesidades propias y ajenas y a construir espacios seguros.
Este enfoque también interpela al sistema educativo. Para la especialista, muchas de las dificultades escolares con adolescentes surgen de no entender la etapa. Jornadas extensas, clases que comienzan demasiado temprano y currículos que ignoran la curiosidad natural de los adolescentes terminan expulsando a quienes más necesitan ser acompañados.
La autoestima, otro aspecto central, tampoco es estable en esta etapa. Los adolescentes se sienten seguros en algunos contextos y vulnerables en otros. Exploran roles, se prueban identidades y buscan pertenecer. Acompañar ese vaivén sin etiquetas ni comparaciones resulta fundamental para que puedan consolidar una imagen sana de sí mismos.
En un contexto atravesado por pantallas, redes sociales y nuevos riesgos, Sara Desirée insiste en el rol protector de las familias y las instituciones. La supervisión, el diálogo y la presencia adulta siguen siendo claves. Los adolescentes no necesitan personas adultas que manden, sino referentes que escuchen.









