En los últimos años, el debate sobre el impacto de las pantallas en la infancia dejó de ser una preocupación aislada para convertirse en un tema central en hogares y escuelas. Padres y docentes observan cambios en la conducta, la atención y el aprendizaje que ya no pueden ignorarse.
La psiquiatra Marian Rojas Estapé advierte que el problema no es anecdótico. El uso intensivo de pantallas está influyendo de forma directa en el desarrollo cerebral de niños y adolescentes, con consecuencias que empiezan a notarse con claridad en las aulas.
Un cerebro en desarrollo frente a estímulos diseñados para enganchar
Muchos de los contenidos que hoy consumen los niños a través de pantallas están pensados para captar la atención durante el mayor tiempo posible. Colores brillantes, sonidos constantes y recompensas inmediatas activan circuitos cerebrales que generan placer y dependencia. Según explica Rojas Estapé, el cerebro infantil es especialmente vulnerable porque se encuentra en plena etapa de maduración.
Desde los primeros meses de vida, el cerebro absorbe todo lo que lo rodea. Su enorme plasticidad le permite adaptarse a los estímulos, pero también lo expone a riesgos cuando esos estímulos provienen de pantallas usadas sin límites. La sobreestimulación afecta de manera directa a la corteza prefrontal, una zona clave para la atención, la concentración y el control de impulsos.
El problema es que esta región aún es inmadura en los niños pequeños. Al ser activada de forma artificial por las pantallas, el cerebro se acostumbra a una intensidad que luego no encuentra en la vida cotidiana. De este modo, tareas que requieren esfuerzo o paciencia resultan cada vez más difíciles de sostener.
A esto se suma el papel de la dopamina. Los videojuegos y ciertos contenidos audiovisuales generan descargas constantes de esta sustancia asociada al placer. Cuando el estímulo desaparece, aparece el malestar y la necesidad de más. Así se construye una dependencia silenciosa, alimentada por el uso continuo de pantallas, que complica la gestión de la frustración y el aburrimiento.
Adicción a las pantallas: Consecuencias visibles en las aulas y un desafío para las familias

Una de las señales más claras de este fenómeno es la falta de concentración en clase. Docentes de distintos niveles coinciden en que muchos alumnos tienen dificultades para mantener la atención sin estímulos rápidos, algo que Marian Rojas Estapé vincula directamente al uso excesivo de pantallas en la infancia.
Cuando el cerebro se habitúa a recompensas inmediatas, aprender de forma sostenida se vuelve un reto. Las pantallas no solo distraen, también moldean la manera en que los niños enfrentan el esfuerzo, el error y la espera. Si este aprendizaje no se produce a tiempo, las consecuencias pueden extenderse hasta la vida adulta.
El desafío, aclara la especialista, no pasa por demonizar la tecnología. Las pantallas forman parte del mundo actual y tienen un enorme potencial educativo. El problema surge cuando se convierten en la principal fuente de estimulación y entretenimiento. Por eso, una de las claves está en establecer límites claros y consistentes. Reducir el tiempo frente a pantallas, fomentar actividades al aire libre y promover espacios de conversación sin dispositivos ayuda a que el cerebro recupere ritmos más saludables.









