Vivimos rodeados de información. Demasiada. Nunca antes habíamos tenido acceso a tantos datos, opiniones, vídeos, titulares y “verdades” en tiempo real. Y, sin embargo, algo chirría. Porque tener más información no nos ha hecho pensar mejor. A veces, incluso al contrario. Marcos Vázquez, divulgador y autor especializado en pensamiento crítico y salud integral, pone el dedo en la llaga: el gran reto de nuestro tiempo no es encontrar información, sino aprender a digerirla sin perder el criterio por el camino.
Durante mucho tiempo creímos que la ignorancia venía de la falta de datos. Hoy sabemos que no es así. Vivimos hiperconectados, pero cada vez más polarizados. Rodeados de mensajes breves, emocionales, categóricos. Blanco o negro. Todo o nada. Según explica Vázquez, nuestro cerebro no está preparado para este bombardeo constante. Evolucionó para sobrevivir en un mundo simple, donde había que decidir rápido: huir o no huir, atacar o esconderse. No para procesar cientos de estímulos diarios compitiendo por nuestra atención.
La “diabetes intelectual” de la información rápida

Aquí aparece una de sus metáforas más potentes: la “diabetes intelectual”. Consumir vídeos cortos, titulares incendiarios o mensajes emocionales sin matices es como alimentarse solo de ultraprocesados. Entra fácil. Engancha. Pero no nutre. Y a largo plazo pasa factura.
Este tipo de información no invita a pensar, sino a reaccionar. Reduce la capacidad de concentración, empobrece el pensamiento y nos vuelve impacientes con cualquier idea que exija esfuerzo. Frente a esto, Vázquez propone algo tan poco sexy como necesario: una dieta informativa de calidad. Leer libros. Escuchar ideas que incomodan. Exponerse a argumentos que no encajan del todo con lo que ya creemos. Sí, cuesta más. Pero también fortalece el “músculo” de pensar.
Saber menos… y creer que se sabe todo

Otro punto clave es la humildad intelectual. O, mejor dicho, su ausencia. El conocido efecto Dunning-Kruger explica que cuanto menos sabe alguien sobre un tema, más seguro suele estar de su opinión. Y cuanto más aprende, más consciente es de lo mucho que ignora.
Es curioso (y bastante humano). Al principio todo parece claro. Luego empiezan los matices. Los grises. Las dudas razonables. Según Vázquez, el conocimiento real no te vuelve rígido ni dogmático. Te vuelve más prudente. Menos emocional en el debate. Más dispuesto a escuchar. Quizá por eso hoy gritan más quienes menos dudan.
El miedo como herramienta de manipulación

El miedo también juega su papel. Nuestro cerebro está programado para detectar amenazas, pero los medios y las redes lo explotan hasta el extremo. Se amplifican sucesos raros —crímenes, atentados, secuestros— como si fueran cotidianos, mientras se ignoran riesgos reales y probables: el sedentarismo, el estrés crónico, la mala alimentación.
Esta distorsión tiene consecuencias. Vivimos preocupados por lo improbable y despreocupados por lo que de verdad nos afecta. Y eso se traslada también a la crianza. Vázquez alerta sobre la tendencia a crear entornos hiperseguros para los niños, donde se elimina cualquier riesgo físico o emocional. El resultado no es más seguridad, sino menos resiliencia. Adultos frágiles que no han aprendido a calibrar el riesgo ni a tolerar la incomodidad.
La historia que te cuentas (y cómo usarla a tu favor)
Más allá de la fuerza de voluntad, Vázquez insiste en el poder de la identidad. Los hábitos cambian de verdad cuando dejan de ser una obligación y pasan a formar parte de quién creemos ser. No es “no debería hacer esto”, sino “yo no soy ese tipo de persona”.
A esto se suma algo aún más profundo: el sesgo de la narrativa. Todos construimos historias sobre nuestro pasado. Muchas veces no son del todo ciertas, pero nos dan coherencia. La buena noticia es que podemos usar ese mecanismo a nuestro favor. Elegir vernos como supervivientes en lugar de víctimas cambia la forma en que actuamos hoy… y mañana.









