Cuando en marzo de 2020 España se detuvo casi por completo, miles de trabajadores se enfrentaron de golpe a una palabra que hasta entonces sonaba lejana: ERTE. Entre ellos estaba Marta Sánchez (41), administrativa en una empresa del sector turístico, uno de los más castigados por la crisis sanitaria. De un día para otro, su rutina laboral desapareció y pasó a depender de una prestación pública que, durante meses, fue clave para sostener a millones de hogares.
Marta llevaba más de diez años en la misma empresa cuando llegó el confinamiento. “Nos reunieron y nos dijeron que no había actividad, que no podían mantener a toda la plantilla y que iban a solicitar un ERTE”, recuerda. En ese momento, la incertidumbre fue total: miedo a perder el empleo, dudas sobre el salario y desconocimiento absoluto de cómo funcionaba el sistema.
Qué supuso realmente entrar en un ERTE para Marta
El Expediente de Regulación Temporal de Empleo, el ERTE, permitió a muchas empresas suspender contratos o reducir jornadas de forma temporal, mientras los trabajadores pasaban a cobrar una prestación gestionada por el SEPE. En el caso de Marta, su contrato quedó suspendido al 100%. “Pasé de cobrar mi nómina habitual a una prestación que era más baja, en concreto del 70%, pero al menos era un ingreso fijo”, explica.
Durante los primeros meses, los retrasos en los pagos fueron una constante. “Hubo semanas muy tensas, porque no sabías cuándo iba a llegar el dinero”, admite. Aun así, destaca que el ERTE evitó despidos masivos inmediatos y dio margen a muchas empresas para sobrevivir. “Si no hubiera existido, mi empresa habría cerrado directamente”.
Vivir con ingresos reducidos durante meses
Uno de los grandes cambios fue la necesidad de ajustar el presupuesto familiar. Marta vive con su pareja y dos hijos, por lo que la reducción de ingresos obligó a replantear gastos. “Recortamos en todo lo que no era esencial: ocio, suscripciones, compras innecesarias”, cuenta. También aprendieron a planificar con más detalle.
A diferencia del paro tradicional, el ERTE no consumía inicialmente el derecho a prestación, algo que Marta valora especialmente. “Saber que no estaba gastando mi paro me daba tranquilidad, porque nadie sabía cuánto iba a durar aquello”.

Tras más de ocho meses en ERTE, la empresa de Marta empezó a recuperar actividad y aplicó una reincorporación parcial. “Primero volvimos con jornada reducida, combinando trabajo y prestación”, explica. Esa transición fue clave para recuperar cierta normalidad sin un impacto brusco.
Finalmente, a mediados de 2021, Marta volvió a su jornada completa. “Fue un alivio enorme”, confiesa. No solo por el salario, sino por la estabilidad emocional que supone recuperar una rutina. “Te das cuenta de lo importante que es tener un empleo estable cuando lo ves peligrar”.
A día de hoy, Marta ve el ERTE como una herramienta imperfecta, pero necesaria. “Hubo errores, retrasos y mucha desinformación, pero salvó muchísimos empleos”, afirma. También reconoce que su percepción del trabajo ha cambiado. “Antes dabas por hecho que todo iba a seguir igual. Ahora sabes que no”.
Porque para miles de personas como Marta Sánchez (41), el ERTE no fue solo una sigla administrativa, sino una red de seguridad que marcó un antes y un después en su vida laboral.









