sábado, 20 diciembre 2025

Iñaki Piñuel (60), psicólogo: “El empático termina olvidando sus propias necesidades al priorizar siempre las de los demás”

- Cuando sentir demasiado se convierte en un riesgo emocional invisible.

Ser empatico no debería implicar olvidarse de uno mismo. El psicólogo clínico y profesor universitario Iñaki Piñuel habla de algo que muchos sienten, pero pocos saben poner en palabras: una guerra silenciosa que atraviesa nuestra sociedad. No es un conflicto visible ni explícito, pero está ahí, filtrándose en relaciones personales, familiares y laborales. Una guerra entre dos extremos de la sensibilidad humana: la empatía extrema y la psicopatía.

En medio de ese choque están las personas altamente empáticas, los llamados émpatas. Personas con una capacidad casi intuitiva para captar el estado emocional de los demás, para escuchar de verdad, para sostener cuando el otro flaquea. Auténticos oasis emocionales en un entorno cada vez más dominado por el ego, el narcisismo y la prisa. El problema es que esa virtud, tan valiosa, tiene una cara menos amable. Y suele pasar factura.

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Cuando sentir demasiado se convierte en un riesgo

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Sentir demasiado puede pasar factura si no hay límites. Fuente:canva

Según explica Piñuel, el émpata no solo percibe el dolor ajeno, sino que suele hacerse cargo de él. Se convierte en quien arregla, calma, media, salva. Muchas veces sin darse cuenta, pone siempre a los demás por delante, relegando sus propias necesidades a un segundo plano (o a ninguno). Y ahí aparece el peligro.

Esa falta de límites claros es terreno fértil para los depredadores emocionales: perfiles narcisistas o psicopáticos que carecen de empatía real. Personas que saben qué decir, pero no qué sentir. “Conocen la letra de las emociones, pero no su música”, resume Piñuel con una imagen tan sencilla como certera. En ese encuentro desigual, el émpata suele perder. Espera reciprocidad, cuidado, consideración… y recibe vacío. “Sois los candidatos preferidos para convertiros en los chivos expiatorios de vuestros grupos de referencia”, advierte.

El origen no siempre es un don, a veces es una herida

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La empatía sin orden emocional se convierte en vulnerabilidad. Fuente:canva

Piñuel va un paso más allá y pone el foco en algo incómodo, pero necesario. La empatía extrema no siempre nace como una virtud, muchas veces es la consecuencia de una infancia marcada por el desorden emocional. Entornos familiares disfuncionales, las llamadas “familias cero”, donde el niño aprendió a leer el ambiente como quien aprende a detectar tormentas antes de que estallen.

Ese niño, al que Piñuel llama el “niño perdido”, desarrolló una hipersensibilidad para sobrevivir. Detectar cambios de humor, tensiones, silencios peligrosos. Anticiparse. Cuidar a los adultos. Sacrificar su propia infancia. Lo que entonces fue una estrategia de supervivencia, en la vida adulta se convierte en un patrón automático de autoabandono. “Esa extraordinaria sensibilidad viene de entornos donde era vital atender a las mínimas señales de cambio”, explica el psicólogo. Y el cuerpo, la mente, no lo olvidan.

Amor racional: cuidarse para poder cuidar

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Muchas heridas nacen en la infancia y se repiten en la adultez. Fuente:canva

La solución, aclara Piñuel, no pasa por dejar de ser empático ni por endurecerse hasta volverse frío. Tampoco por convertirse en aquello que hace daño. La clave está en aprender a dosificar la empatía y, sobre todo, en recuperar el orden psicológico. Y ese orden empieza por el amor racional hacia uno mismo.

La autoestima, insiste, no es algo que se sienta un día sí y otro no. Es una decisión consciente. Colocarse en primer lugar no es egoísmo, es dignidad. “Primero yo, en segundo lugar yo, en tercer lugar yo y después todos los demás”, afirma Piñuel. Solo cuando alguien se trata bien, enseña al mundo cómo debe ser tratado. Y ahí, poco a poco, se rompe el ciclo del abuso.

Piñuel anima a los émpatas a iniciar lo que llama una “psicoterapia cero”: un proceso honesto de revisión personal para recuperar al niño interior y dejar de vivir desde el sacrificio permanente. La empatía más urgente es la que uno se debe a sí mismo.

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