A las tres de la madrugada, mientras la ciudad duerme, hay quienes ya están trabajando. Limpian portales, cargan materiales y encadenan horas para poder facturar. En ese esfuerzo cotidiano, la palabra impuestos aparece siempre como una sombra que acompaña cada factura.
El debate suele simplificarse en una frase repetida hasta el cansancio: “facturo 4.000 euros y me quedan 1.000”. Pero detrás de esa percepción hay números, reglas y decisiones que explican por qué los impuestos pesan de forma distinta según se sea autónomo o asalariado.
Facturar no es ganar: el peso real de los impuestos

Ser autónomo implica asumir riesgos que no figuran en ningún contrato. No hay vacaciones pagadas, no existen pagas extra y enfermarse muchas veces no es una opción. A esa carga emocional se suma la presión de gestionar impuestos, cuotas y obligaciones sin red de contención.
Uno de los errores más frecuentes es mezclar conceptos. El IRPF y la Seguridad Social no son lo mismo, aunque ambos formen parte de los impuestos que gravan el trabajo. El primero afecta a todos por igual, mientras que el segundo determina la protección futura: pensión, bajas y prestaciones.
Cuando se comparan ingresos similares, los números sorprenden. Un asalariado que gana 4.000 euros brutos al mes termina con un neto cercano al del autónomo que factura esa misma cantidad. Sin embargo, el reparto de impuestos y cotizaciones es distinto, porque la empresa asume una parte que el trabajador nunca ve reflejada en su nómina.
Cotizar hoy, cobrar mañana: la diferencia invisible
La gran brecha aparece al mirar la base de cotización. El asalariado cotiza por todo su salario. El autónomo, en cambio, suele hacerlo por una base mucho más baja para poder sostener el presente. Esa decisión reduce impuestos hoy, pero también limita derechos mañana.
Aumentar la cuota es posible, pero el coste es alto. Para equiparar la protección de un asalariado habría que destinar una parte desproporcionada de la facturación a impuestos y cotizaciones, lo que reduce de forma inmediata el ingreso disponible.
El IVA, otro de los grandes señalados, tampoco es realmente un ingreso propio. Forma parte de los impuestos que el autónomo recauda para el Estado. La confusión aparece cuando no se separa correctamente ese dinero o cuando los cobros se retrasan y la carga fiscal llega antes que el pago.
A todo esto se suman los gastos reales: combustible, vehículo, materiales, seguros o gestoría. Una vez descontados impuestos y costes profesionales, el resultado final puede alejarse mucho de la cifra inicial de facturación.
En conclusión, a igualdad de ingresos el autónomo suele quedarse con algo menos y con mucha menos protección. La percepción de ahogo no nace solo de los impuestos, sino de verlos todos juntos y de asumir riesgos que otros no tienen. Entender estas diferencias no elimina la dureza del trabajo por cuenta propia, pero sí permite mirar los números con mayor claridad y evitar titulares que simplifican una realidad mucho más compleja.









