Desde sus inicios, el tabaco fue naturalizado como un hábito cotidiano, socialmente aceptado y minimizado en sus consecuencias. Sin embargo, la evidencia científica actual demuestra que cada cigarrillo introduce en el cuerpo un cóctel de sustancias tóxicas que impactan de forma directa y acumulativa en la salud.
Hoy, la conversación pública sobre el tabaco empieza a correrse del terreno de la costumbre para instalarse en el de la conciencia. En ese cambio de mirada, la información clara y el acompañamiento médico se vuelven herramientas centrales para comprender por qué dejar de fumar sigue siendo una decisión clave.
Consumir tabaco: Un riesgo que no admite matices

La doctora Lourdes Clemente, médica especialista en Medicina de Familia y experta en tabaco, es contundente: no existe una dosis segura. Cada cigarrillo libera más de 4.500 sustancias tóxicas que ingresan al organismo y se distribuyen por todo el cuerpo. Algunas son bien conocidas, como el cianuro o el butano. Otras resultan aún más inquietantes, como el polonio 210, un elemento radioactivo que el fumador incorpora con cada calada de tabaco.
La comparación que propone la especialista es gráfica. Nadie entraría voluntariamente en una habitación contaminada con una sustancia radioactiva, pero eso es exactamente lo que ocurre al fumar. El cigarrillo no se limita a dañar los pulmones. Afecta al sistema cardiovascular, al cerebro, a la circulación periférica y a órganos tan diversos como el hígado, el páncreas o el estómago. De hecho, uno de cada tres cánceres está directamente relacionado con el consumo de tabaco.
Incluso quienes creen que fumar poco los mantiene a salvo están expuestos. Una sola calada de tabaco aumenta la agregación plaquetaria, favoreciendo la formación de coágulos que pueden derivar en infartos o ictus. En personas con stents coronarios, fumar un único cigarrillo puede ser suficiente para provocar un evento grave. El daño del tabaco no entiende de cantidades pequeñas ni de consumos esporádicos.
Dejar de fumar: un proceso posible y acompañado
Uno de los grandes obstáculos para abandonar el tabaco es su alto poder adictivo. La nicotina actúa sobre el cerebro en cuestión de segundos, generando dependencia física, psicológica y social. El cerebro del fumador se adapta al consumo de tabaco, creando cada vez más receptores que exigen nuevas dosis para evitar el síndrome de abstinencia.
Aun así, Clemente insiste en un mensaje esperanzador: dejar el tabaco es posible. El factor más importante es querer hacerlo, encontrar un motivo personal y fijar una fecha concreta. Las recaídas no deben interpretarse como fracasos, sino como parte del aprendizaje. Solo una de cada cien personas deja el cigarrillo en el primer intento, pero cada nuevo intento aumenta las probabilidades de éxito.
El entorno también cumple un rol decisivo. Contar con apoyo familiar, evitar estímulos asociados al tabaco y aprender a manejar los automatismos cotidianos facilita el proceso. A esto se suma el acompañamiento sanitario. Existen tratamientos farmacológicos seguros que reducen hasta un 80 % el deseo de fumar tabaco, combinados con seguimiento profesional y estrategias personalizadas.
Los beneficios comienzan rápido. Al dejar el cigarrillo, mejora la circulación, se recupera la capacidad pulmonar y disminuye el riesgo cardiovascular en pocos años. A largo plazo, el organismo se acerca al perfil de riesgo de una persona que nunca fumó tabaco. Por eso, el mensaje final de la especialista es claro: dejar de fumar no es solo abandonar un hábito, es elegir salud, tiempo y calidad de vida frente a un enemigo que no admite concesiones.









