Cristina Verdú no habla de viajes como quien enumera destinos en un mapa. Los vive. Los siente. Y, sobre todo, los entiende como una forma de estar en el mundo. Viajera incansable, creadora de contenido y divulgadora ambiental, defiende una manera de disfrutar del ocio ligada al respeto, a la conciencia ecológica y al bienestar personal. Aventurera, amante de la naturaleza, cantante profesional y adicta confesa a los deportes de riesgo, ha convertido su propio estilo de vida en una herramienta para inspirar a otros a mirar el planeta con más curiosidad… y con más responsabilidad. Su misión se resume en una frase tan sencilla como poderosa: “uno solo cuida lo que ama”.
Cuando el viaje empezó sin llamarse viaje

Su relación con el mundo empezó pronto, casi sin darse cuenta. Con apenas 18 o 19 años, Cristina competía a nivel internacional en descenso en longboard. Aquello implicaba viajar, moverse, cruzar fronteras para participar en pruebas deportivas. Muchas de esas competiciones se celebraban en carreteras de montaña, en lugares donde el asfalto se mezcla con la naturaleza. Y ahí ocurrió algo. Entre bajada y bajada, empezó a mirar alrededor.
Colombia, Perú, Australia… los destinos dejaron de ser simples sedes de competición para convertirse en escenarios vivos. Paisajes que no solo se recorren, sino que te atraviesan. Fue entonces cuando entendió que no quería limitarse a pasar por los lugares, sino quedarse un poco más, conocerlos, comprenderlos.
Viajar despacio, mirar mejor

Con el tiempo, su forma de viajar cambió por completo. Para Cristina Verdú, viajar ya no es acumular países ni tachar nombres de una lista imaginaria. Tampoco se trata de coleccionar fotos bonitas. Viajar, explica, es profundizar. En la cultura local, en la fauna y la flora, en los problemas reales de cada territorio. Y, si es posible, aportar algo a cambio. Aunque sea pequeño (a veces un gesto basta).
Esa mirada más lenta y consciente le ha llevado a algunos de los lugares más extremos del planeta. Uno de ellos la marcó especialmente: Svalbard, el territorio habitado más al norte del mundo.
El Ártico que no sale en las postales

Allí, junto a su pareja y compañero de aventuras, el documentalista y divulgador climático Gustavo Carson, emprendió una travesía de diez días en velero por el Ártico. Una experiencia tan fascinante como inquietante. Ver de cerca cómo el cambio climático golpea los polos no deja indiferente a nadie. Microplásticos en el Polo Norte, ecosistemas cada vez más frágiles, dificultades para avistar osos polares, bacterias y patógenos liberados por el deshielo del permafrost… realidades que no suelen aparecer en las postales, pero que existen.
Y pesan.
Naturaleza como refugio mental
Más allá del activismo ambiental, Cristina insiste en algo que todos intuimos, pero a menudo olvidamos: la naturaleza nos cuida. Nos regula. Nos calma. Salir del “cemento de las ciudades”, como ella lo llama, no es un lujo, es una necesidad. Está demostrado que el contacto con entornos naturales reduce el cortisol y mejora el estado de ánimo.
En este punto menciona el shinrin yoku, o baño de bosque, una práctica japonesa que invita a usar los cinco sentidos para reconectar con el entorno. Escuchar, tocar, oler, mirar sin prisas. Algo tan simple y tan revolucionario a la vez.
El verdadero lujo no se compra
Para Cristina Verdú, el auténtico lujo de la vida no es material. Es el tiempo. Tiempo para disfrutar, para respirar, para estar presente. En una sociedad obsesionada con producir y llegar siempre a lo siguiente, reivindica algo casi subversivo: valorarse ahora, no cuando llegue la casa nueva o el trabajo soñado.
Los momentos que más la conmueven no suelen estar planificados. Son encuentros inesperados con animales salvajes, atardeceres que te dejan sin palabras, o simplemente compartir silencio y aire puro con alguien al lado.









