El sueño es ese espacio silencioso donde el cuerpo y la mente se reparan cada día. El doctor Eduard Estivill lleva años diciendo lo mismo. Y lo dice con calma, sin dramatismos, casi como quien repite algo obvio esperando que, esta vez sí, lo escuchemos de verdad. Dormir bien no es un capricho, es una función vital. Pero vivimos como si no lo fuera. Como si dormir fuese negociable, algo que se puede recortar cuando el día se queda corto o la agenda se desborda.
“No somos conscientes del tiempo que pasamos durmiendo”, explica. Y cuando pones números sobre la mesa, impacta. Si llegamos a los 90 años —ojalá—, unos 30 los pasaremos durmiendo. Casi un tercio de la vida. No es casualidad. El sueño es ese taller silencioso que se pone en marcha cuando bajamos la persiana. “El sueño es un taller de reparación y restauración de todo lo que gastamos durante el día”. Como un servicio técnico interno que trabaja de noche, sin hacer ruido. Por eso, insiste, dormimos hoy para estar bien mañana. No para dentro de una semana. No para las vacaciones.
El engaño del “ya dormiré el fin de semana”

Aquí Estivill suele ser bastante claro. Y un poco contundente, incluso. Dormir poco entre semana y tratar de compensarlo el sábado y el domingo no funciona. Es una idea muy extendida —y muy tentadora—, pero profundamente equivocada. “Es horrible. El sueño no se recupera”. Aunque durmamos más horas, el cuerpo solo consigue rescatar una pequeña parte, entre un 10 y un 15%. El resto… se pierde.
Y no todos necesitamos las mismas horas, claro. El sueño también tiene edad. Un niño pequeño necesita dormir mucho, al menos 11 horas. Un adolescente, unas nueve. En la edad adulta, la mayoría funcionamos bien con entre 7,5 y 8 horas. A partir de los 65 o 70 años, el cuerpo pide menos. Para muchas personas mayores basta con seis horas por la noche y un par de siestas cortas. Se aprende menos, se corre menos, se gasta menos energía. El taller ajusta su horario.
Cuando la cabeza no se calla, el sueño no entra

Si dormimos mal, solemos pensar que algo “nos pasa”. Y a veces es cierto. Pero la mayoría de las veces, según Estivill, el problema no está en el cuerpo, sino en la cabeza. Hay más de 40 factores que influyen en el mal dormir —la cafeína, la luz artificial, los horarios caóticos—, pero hay uno que destaca por encima de todos: el estrés.
Las preocupaciones, la tensión acumulada, esa lista interminable de cosas pendientes actúan como una “tapadera que no deja salir el sueño”. Y cuando el taller no abre las horas que debería, se nota enseguida. Mal humor, cansancio, dificultad para concentrarse… y esa sensación tan conocida de estar agotado incluso sin haber hecho nada extraordinario. (Sí, esa).
Pequeños gestos que ayudan a dormir mejor

Dormir bien no es cuestión de suerte. Se entrena, se prepara. Estivill insiste mucho en las rutinas, sobre todo antes de acostarse. Durante las dos horas previas, recomienda hacer algo muy distinto a lo que has hecho durante el día. Algo que no exija, que no active. Un puzle, ordenar fotos, dedicarte a una afición tranquila. Cosas simples, casi aburridas, que le digan al cerebro: ya puedes aflojar.
También habla del despertar. Si puede ser natural, mejor. “La alarma es horrible porque te pilla muy bajo”, dice, sin rodeos. Te arranca del sueño cuando aún estás en lo profundo. Y la siesta, tan nuestra, tiene su lugar, pero con condiciones: corta, de 15 a 20 minutos, y nunca para compensar una mala noche. El mejor momento es unas ocho horas después de levantarse, cuando el cerebro baja el ritmo de forma natural.









