El alcohol no solo acompaña las celebraciones, también deja huella en el cuerpo. Las celebraciones suelen prometer descanso, risas y buenos momentos. Reencuentros, sobremesas largas, brindis. Todo eso. Sin embargo, a muchas personas les ocurre algo curioso: cuando todo termina, no se sienten mejor, sino peor. Más cansadas, más inflamadas, con menos energía y una sensación extraña de “no estar finos”. El doctor Fernando Leal, especialista en nutrición, lo explica sin rodeos: no es mala suerte ni casualidad. Es el resultado de una suma de errores que repetimos casi en automático durante estas fechas.
El vaivén de comer mucho… y luego castigarse

Uno de los grandes problemas, señala el doctor Leal, es vivir constantemente en los extremos. Durante las celebraciones comemos de más, sin demasiado control, y cuando pasan los días festivos aparece la culpa. Entonces llegan las dietas estrictas, los ayunos forzados, el “a partir del lunes me pongo serio”. El problema es que ninguno de los dos extremos ayuda. “El exceso de comida y la ausencia de comida, como ocurre en ayunos o dietas restrictivas, te quitan energía”, explica. Este vaivén constante mantiene al cuerpo en alerta, como si nunca pudiera relajarse del todo. Al principio aguanta, pero con el tiempo aparecen las consecuencias: inflamación, bajadas de defensas, cambios de humor o esa sensación de estar siempre cansado sin saber por qué.
Alcohol y comidas pesadas: el desgaste silencioso

En las celebraciones, el alcohol suele estar muy presente. Y no hablamos solo del brindis puntual. El consumo repetido tiene un impacto directo en el intestino. Según explica el doctor Leal, el alcohol provoca un auténtico “barrido” de la microbiota, dañando funciones clave como el metabolismo, la inflamación, la inmunidad o incluso el sistema nervioso. El resultado puede ser aumento de peso, cambios emocionales y un mayor riesgo cardiovascular. No es casual que diciembre sea uno de los meses con más infartos.
A esto se suma otro error muy habitual: mezclar grasas con azúcares. Postres, dulces, productos ultraprocesados. Esta combinación favorece la acumulación de triglicéridos y, lo que es más preocupante, de grasa visceral. Esa que no se ve, pero que rodea los órganos y es especialmente inflamatoria. Es la que se asocia con diabetes, hipertensión o hígado graso.
Menos fibra, más inflamación y malestar

Durante las fiestas también suele dispararse el consumo de carne y lácteos. El doctor Leal recuerda que los lácteos tienen un efecto claramente proinflamatorio, incluso cuando se trata de versiones fermentadas que algunas personas toleran mejor. Si se consumen en exceso y durante semanas, el cuerpo lo acaba notando.
Pero quizá el gran olvidado sea la fibra. En estas fechas se dejan de lado las verduras, las legumbres y los cereales integrales, y se sustituyen por grasas y azúcares simples. El cuerpo necesita unos 35 gramos de fibra al día, pero durante las celebraciones muchas personas no llegan ni a la mitad. La consecuencia es estreñimiento, sensación de pesadez y acumulación de toxinas que pueden reabsorberse y afectar al equilibrio hormonal y a la salud a largo plazo.
El problema no es un error, es la suma de todos
El consumo excesivo de pan completa el cuadro. Tal y como se elabora hoy en día, incluso el pan de masa madre contiene gluten y otros componentes que pueden dañar el sistema digestivo y generar molestias persistentes.
En el fondo, el problema de las fiestas no es cometer un exceso puntual. Es mantener durante semanas una cadena de malos hábitos: alcohol, grasas y azúcares, fritos, demasiada cantidad, poco movimiento, ultraprocesados, exceso de carne y lácteos, poca fibra y mucho pan. Cuando todo eso se acumula, la energía se va apagando poco a poco. Y cuando por fin termina la fiesta, el cuerpo pasa factura.









