A los 45 años, Marta López nunca pensó que volvería a actualizar su currículum desde cero para hacer un cambio de trabajo. Durante más de dos décadas había trabajado en el mismo sector, con un puesto estable y una rutina perfectamente definida. Sin embargo, una reestructuración interna en su empresa y la sensación de estancamiento profesional la empujaron a tomar una decisión que cada vez es más común en España: afrontar un cambio de trabajo en plena etapa de madurez laboral.
“Al principio lo viví con vértigo”, reconoce. “No es lo mismo buscar empleo con 25 que hacerlo con 45, cuando tienes responsabilidades, experiencia muy concreta y menos margen para equivocarte”.
Cuando la estabilidad deja de ser suficiente
Marta comenzó su carrera en el ámbito administrativo, encadenando ascensos internos hasta convertirse en responsable de gestión en una empresa mediana. Sobre el papel, su situación era cómoda. Contrato indefinido, antigüedad y un salario estable. Pero con el paso del tiempo, el trabajo dejó de motivarla.
“El puesto ya no evolucionaba. Hacía años que no aprendía nada nuevo y sentía que, si seguía ahí, me iba a quedar fuera del mercado”, explica. Ese fue el punto de inflexión que la llevó a plantearse seriamente un cambio de trabajo, no solo de empresa, sino también de área profesional.
La decisión no fue inmediata. Durante meses combinó su jornada laboral con formación online en gestión digital y herramientas de análisis de datos, consciente de que reciclarse era imprescindible para ampliar opciones.
Las dificultades reales del cambio de trabajo a los 45
El proceso no estuvo exento de obstáculos. Marta se encontró con ofertas que pedían perfiles “junior” o, por el contrario, profesionales muy especializados con una trayectoria técnica distinta a la suya. “A veces tenía la sensación de no encajar en ningún sitio”, admite.
Uno de los principales retos fue aprender a poner en valor su experiencia sin que la edad jugara en su contra. “Tuve que cambiar el enfoque del currículum y de las entrevistas. No se trataba solo de lo que había hecho, sino de lo que podía aportar ahora”.

También tuvo que asumir que el cambio de trabajo implicaba empezar en una posición ligeramente inferior a la que ocupaba antes. “Fue una decisión consciente. Preferí dar un paso atrás para poder avanzar después”.
Tras casi nueve meses de búsqueda, Marta encontró una oportunidad en una empresa de servicios digitales, en un puesto híbrido entre gestión y análisis de procesos. No era exactamente lo que había hecho siempre, pero sí un terreno donde su experiencia previa tenía sentido.
“El ritmo es distinto, el entorno es más dinámico y sigo aprendiendo”, cuenta. Aunque el salario inicial fue algo más bajo, valora especialmente la proyección y la sensación de volver a crecer profesionalmente.
Su caso refleja una realidad cada vez más habitual: el cambio de trabajo en la mediana edad ya no es una excepción, sino una respuesta a un mercado laboral cambiante, donde la adaptación continua se ha vuelto clave.
Cada vez más profesionales mayores de 40 años se plantean reinventarse laboralmente, ya sea por necesidad, por desgaste o por la búsqueda de mayor estabilidad a largo plazo. La digitalización, los cambios en los modelos de negocio y el aumento de la esperanza de vida laboral hacen que este tipo de decisiones sean menos excepcionales que hace una década.
“Si algo he aprendido”, concluye Marta, “es que cambiar de trabajo no significa empezar de cero, sino reaprovechar lo que sabes desde otro lugar”.
Su experiencia demuestra que, con planificación, formación y expectativas realistas, el cambio de trabajo a los 45 no solo es posible, sino que puede convertirse en una oportunidad para alargar y revitalizar la vida profesional.









