La inversión atraviesa un momento de cambios profundos. La economía global avanza entre la incertidumbre monetaria, tensiones geopolíticas y una transformación tecnológica que promete redefinirlo todo. En ese escenario, la inteligencia artificial se consolida como el gran eje del debate financiero.
Pablo Gil, economista y divulgador con una extensa trayectoria en los mercados, analiza el presente de la inteligencia artificial y del mercado con una mirada serena y una premisa clara: entender el contexto importa más que intentar adivinar el próximo gran ganador.
Un nuevo ciclo económico marcado por la incertidumbre
Para Gil, 2026 se perfila como un año especialmente complejo desde el punto de vista macroeconómico. Las dudas sobre la evolución de los tipos de interés en Estados Unidos, la presión política sobre la Reserva Federal y el riesgo de un rebrote inflacionario conviven con señales de debilidad en el mercado laboral. Todo ello dibuja un entorno poco predecible para los inversores.
En paralelo, Europa transita una calma frágil. El crecimiento es bajo, la productividad no despega y el peso del gasto público no siempre se traduce en mejoras reales para los ciudadanos. A juicio del economista, existe una brecha cada vez mayor entre los buenos titulares macro y la experiencia cotidiana de muchas familias. En ese contexto, la inteligencia artificial aparece como una promesa de eficiencia y productividad, pero también como un factor de disrupción social y económica.
Gil subraya que no es la primera vez que el mundo se enfrenta a una revolución tecnológica de este calibre. Internet transformó la forma de trabajar, informarse y consumir, pero no todas las empresas que parecían imbatibles lograron sobrevivir. La historia, insiste, es una aliada imprescindible para no caer en el exceso de confianza.
La inteligencia artificial y el riesgo de confundir revolución con rentabilidad

El entusiasmo que rodea a la inteligencia artificial domina hoy los mercados. Grandes compañías tecnológicas concentran inversiones millonarias en centros de datos, automatización y desarrollo de modelos cada vez más avanzados. Sin embargo, Pablo Gil advierte sobre un error frecuente: asumir que la magnitud del cambio garantiza beneficios inmediatos y sostenidos.
“La inteligencia artificial es una revolución comparable a internet, pero aún no sabemos quién ganará”, resume. En su análisis, los líderes actuales no tienen asegurado su lugar en el futuro. Muchas de las empresas que dominaron ciclos tecnológicos anteriores quedaron relegadas cuando el mercado maduró y aparecieron nuevos actores con modelos más eficientes.
El economista recuerda que, durante la burbuja puntocom, la inversión masiva no siempre se tradujo en rentabilidad. Hoy observa paralelismos claros: endeudamiento creciente, expectativas muy elevadas y un ritmo de innovación que podría desacelerarse si surgen límites técnicos o de datos. En ese escenario, la inteligencia artificial seguiría siendo clave, pero no necesariamente para quienes hoy concentran la atención.
Por eso, Gil se muestra prudente con la renta variable en el corto plazo. Prefiere esperar correcciones significativas antes de volver a entrar y apuesta por la diversificación como regla básica. Activos reales como el oro, determinados proyectos inmobiliarios y estrategias con flujos más previsibles ocupan hoy un lugar central en su cartera.
La lección final es clara. La inteligencia artificial marcará el rumbo de la economía global y redefinirá sectores enteros, pero invertir no consiste en perseguir modas. Requiere entender los ciclos, asumir que el liderazgo cambia y recordar que, incluso en las mayores revoluciones, la paciencia y el criterio siguen siendo los mejores aliados del inversor.









