Abrir un libro parece un gesto simple, casi automático. Sin embargo, detrás de ese acto cotidiano se desencadena un proceso profundo que involucra al cerebro, al cuerpo y a las emociones. La lectura, lejos de ser solo una actividad intelectual, produce cambios reales y medibles en quien la practica.
Así lo explica la neurocientífica Nazareth Castellanos, quien desde la investigación en neurociencia pone el foco en un fenómeno tan antiguo como vigente: la lectura transforma la manera en que pensamos, sentimos y nos vinculamos con los demás, incluso sin que seamos plenamente conscientes de ello.
Qué ocurre en el cerebro cuando leemos
Cuando una persona comienza una lectura, los ojos siguen líneas negras sobre fondo blanco, pero el proceso no se detiene en la vista. La información visual se convierte en impulsos eléctricos que activan múltiples áreas cerebrales. Reconocer letras es solo el primer paso. Comprenderlas exige conectar lo que se ve con lo que se sabe, lo que se vivió y lo que se siente.
La lectura no es una habilidad innata. A diferencia del lenguaje oral, el cerebro humano no evolucionó para leer. Por eso, al aprender, necesita reorganizarse y reciclar regiones que antes cumplían otras funciones. Estudios de neuroimagen muestran que, con la práctica, se crea una zona especializada en reconocer palabras escritas, una estructura que no existía antes de alfabetizarse.
Pero comprender un texto va mucho más allá de identificar palabras. Al leer una frase sencilla, el cerebro activa memorias visuales, áreas motoras y circuitos emocionales. Leer es, en términos neurológicos, una simulación. El cerebro vive la experiencia narrada como si fuera real. Si el texto describe un aroma, se activa la corteza olfativa; si narra una caricia, responde el área del tacto. La lectura es una experiencia encarnada que involucra todo el sistema nervioso.
Lectura, empatía y regulación emocional

Uno de los efectos más significativos de la lectura, especialmente de la ficción, es su impacto en la empatía. Cuando el lector se pone en el lugar de un personaje, se activan las mismas redes neuronales que se utilizan para comprender a personas reales. Entre ellas, el sistema de neuronas espejo, clave para interpretar emociones ajenas y establecer vínculos sociales.
Investigaciones citadas por Castellanos indican que quienes practican lectura de forma regular desarrollan mayor capacidad para reconocer estados mentales, captar emociones sutiles y comprender perspectivas distintas. En un contexto social marcado por la polarización, la lectura actúa como un ejercicio de apertura y flexibilidad cognitiva.
Además, leer modifica la fisiología corporal. El ritmo respiratorio tiende a acompasarse con la narrativa, y el sistema nervioso activa su rama parasimpática, asociada al descanso. La lectura reduce el estrés, baja la frecuencia cardíaca y puede inducir estados similares a la meditación. No es el contenido relajante lo que produce el efecto, sino el acto mismo de leer con atención sostenida.
También existen diferencias entre la lectura en pantalla y en papel. El soporte físico favorece una mayor concentración y una mejor retención, ya que elimina distracciones y suma una dimensión sensorial que fortalece la memoria. Por otro lado, la lectura compartida, especialmente en la infancia, cumple un rol clave en el desarrollo emocional. Leer en voz alta crea vínculo, seguridad y regula la atención. Incluso en la adultez, puede funcionar como herramienta terapéutica. La biblioterapia se apoya en el poder de los relatos para ayudar a comprender emociones, nombrar el dolor y construir sentido.









