A sus 21 años, Izabela representa a una nueva generación de tripulantes de cabina que combinan vocación, disciplina y una sorprendente madurez adquirida a bordo. Nacida en Rumanía y criada en España, inició su vida laboral en un sector que para la mayoría está rodeado de mística y fascinación: la aviación comercial. Hoy es azafata, estudiante de piloto y una de las voces jóvenes que más curiosidad despiertan en redes sociales por contar, con naturalidad, lo que ocurre detrás de la cortina de un avión.
Pero su recorrido no empezó en una cabina, sino mucho antes, cuando se debatía entre estudiar un grado universitario o un ciclo formativo sin tener muy claro hacia dónde dirigir su futuro. Tras completar un grado superior en anatomía patológica, sintió que faltaba algo. La llamada que lo cambiaría todo vino de su madre, paradójicamente alguien con miedo a volar: “¿No quieres ser azafata?”. La propuesta, impulsiva pero certera, desencadenó una búsqueda que la llevaría a una escuela aeronáutica y, posteriormente, a su primer empleo.
Ser azafata: Un mundo exigente que comienza antes del primer vuelo

Izabela se formó en una academia especializada, donde vivió meses intensos: despertarse a las cinco, viajar en tren desde Castellón a Valencia, estudiar, volver, y repetir. “La motivación me la dieron los instructores. Pilotos, azafatas, gente real de la aviación. Yo los escuchaba y pensaba: quiero vivir eso”. Su formación incluyó meteorología, procedimientos generales, emergencias y, sobre todo, práctica realista. “Te enseñan RCP, cómo actuar ante un ataque de ansiedad, cómo reaccionar a un incendio, cómo evacuar. Nadie lo desea, pero tienes que estar preparada”.
El entrenamiento previo al empleo también fue decisivo. Cada aerolínea tiene su propio sistema, pero todas comparten una premisa: el día que ocurre una emergencia, el tripulante debe pensar más rápido que nadie. De ahí el nivel de exigencia. “En cabina te pones todos los sombreros: enfermera, bombero, psicóloga… menos el de piloto, aunque sí sabemos qué hacer si uno de ellos se incapacita”.
El proceso de selección: más cerca de un casting que de una entrevista
Entrar a una aerolínea no es sencillo. Izabela lo logró enviando su currículum, aunque la vía más común para los aspirantes son los temidos open days: jornadas masivas donde llegan a presentarse más de cien personas en un solo día. “Vas pasando fases y te van eliminando. De cien quizá quedan cinco”. Ella insiste en que no hay guiones ni trucos secretos: ser natural, sincero y confiado es lo que más valoran. La mentira es la forma más rápida de quedar fuera, incluso si se descubre durante el entrenamiento y no en la entrevista inicial.
Un requisito indispensable en Europa, confirma, es el inglés. No hay excepciones. “En otras regiones no lo sé, pero en Europa es obligatorio”. A los 18 años recibió la confirmación: base Barcelona. Mudarse, encontrar piso en agosto y comenzar un trabajo que implicaba estar en el aeropuerto a las cinco de la mañana fue un shock inevitable. “Me despertaba a las dos de la mañana del miedo, por si el transporte fallaba. Era todo nuevo: ciudad, trabajo, compañeros”.
Su vida sigue marcada por rotaciones, horarios cambiantes y un cansancio que aprende a gestionar con el tiempo. “Dormir seis horas es el mínimo. Ocho es un lujo”. Aunque la rutina exige sacrificios, también ofrece algo único: la sensación de pertenecer a un sistema global que nunca se detiene.









