La salud digestiva no se queda en el estómago. Ni mucho menos. Cada vez más especialistas insisten en una idea que, cuando la escuchas, encaja como una pieza que faltaba: el estado de la microbiota intestinal influye en casi todo el organismo. Hormonas, estado de ánimo, inflamación, energía… el intestino está metido en más cosas de las que imaginamos. El problema es que muchas de las señales de alarma se han normalizado tanto que pasan desapercibidas durante años (hasta que el cuerpo ya no puede más).
Uno de los primeros avisos suele ser la inflamación persistente. No hablamos siempre de un dolor claro y localizado, sino de esa inflamación de bajo grado que te acompaña a diario y que acabas aceptando como “lo normal”. A eso se le suman los cambios en las evacuaciones: diarrea, estreñimiento o una mezcla de ambos. Y aquí conviene detenerse un segundo, porque hay un matiz importante que suele sorprender: ir al baño todos los días no garantiza que el intestino funcione bien. Se puede evacuar a diario y seguir teniendo estreñimiento funcional.

Los gases y la distensión abdominal también dicen mucho más de lo que creemos. Tener gases es normal —entre 20 y 25 al día entra dentro de lo fisiológico—, pero cuando son excesivos o especialmente malolientes suele ser señal de que algo se está fermentando donde no debería. Y no, aguantarse los gases no ayuda, al contrario. A este cóctel se le añaden la gastritis y el reflujo. Sentir que el ácido “sube” de forma habitual no es normal, aunque muchas personas lleven meses (o años) conviviendo con ello. Y si además aparece esa sensación de ir al baño y no terminar nunca del todo, el mensaje está bastante claro.
Los profesionales lo repiten sin rodeos: vivir con molestias digestivas constantes no es normal, aunque se haya convertido en algo socialmente aceptado.
Microbiota y hormonas: una relación más estrecha de lo que parece

La conexión entre el intestino y los desajustes hormonales es cada vez más evidente. Todo suele empezar con una inflamación intestinal silenciosa que acaba afectando a distintos ejes del cuerpo, como el intestino-cerebro o el intestino-hígado-páncreas. Aquí entra en juego un concepto clave: el estroboloma, el conjunto de bacterias encargadas de metabolizar el estrógeno.
El estrógeno se elimina a través de las heces. Por eso, cuando hay estreñimiento o evacuaciones poco frecuentes —por ejemplo, tres veces por semana— se produce una reabsorción hormonal. ¿El resultado? Niveles elevados de estrógeno, resistencia a la insulina y otros desajustes. Reglas muy dolorosas, sangrados abundantes o coágulos pueden ser señales claras de que la microbiota no está en equilibrio. Durante años, muchas mujeres han normalizado estos síntomas sin relacionarlos con el intestino.
Estrés, colon irritable y movimiento

El estrés merece un capítulo aparte. El 90% de la serotonina se produce en el intestino, y la comunicación con el cerebro es constante. Cuando una persona vive en tensión o tristeza prolongada, el intestino suele notarlo. En el síndrome de colon irritable, esta comunicación falla y aparece la hipersensibilidad visceral: duele más porque las terminaciones nerviosas están más reactivas.
Por eso no solo importa qué se come, sino cómo y en qué estado se come. Técnicas como el mindful eating o incluso la hipnoterapia enfocada en el intestino ayudan a relajar el sistema nervioso y, con ello, a mejorar la digestión.
El ejercicio también suma (cuando se hace con cabeza). Caminar, correr o practicar yoga favorece el tránsito intestinal y puede mejorar la microbiota con bastante rapidez. Eso sí, el exceso de ejercicio, especialmente en deportistas de alto rendimiento, puede aumentar la permeabilidad intestinal. Escuchar al cuerpo es clave. A veces, algo tan sencillo como caminar diez minutos más al día marca una diferencia enorme.









